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Los restos del punk

Normalmente mi consumo musical se basa en reproducir cualquier disco de mi colección o escuchar temas salteados en Spotify o Youtube e imaginarme tocando delante de las masas. No hay nada de malo en disfrutar la música en su expresión puramente recreativa (de hecho ésta y no otra es su función más habitual). La inmensa mayoría de personas que escuchan música en un idioma que no es el propio combina un tarareo de la melodía con palabrería sin sentido fruto de no conocer las letras de las canciones que entonan. Tan importante como el componente musical de un tema es su parte lírica. Es en este momento en el que entra en juego el dotar de un contenido o un mensaje a la música.

El punk surge a finales de los sesenta como respuesta al tono más comercial que había tomado el rock en los últimos años. La filosofía de este género puede resumirse en la frase erróneamente atribuida a James Dean (en realidad fue pronunciada por John Derek en la película Llamar a cualquier puerta) “Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver”. Aunque a lo largo de toda su proyección el punk contara con variantes que lo hacen abarcar desde su faceta más macabra como la presentada por grupos tales como Misfits hasta su versión más cercana al pop encabezada por bandas como The Offspring. En líneas generales, sus principales rasgos son una predilección por la anarquía, una sencillez palpable en temas a menudo compuestos por pocos y sencillos acordes y un fuerte componente reivindicativo . El lema “No Future” define a la perfección cómo el punk fue la contracultura hecha música.

Especialmente curioso es el caso del punk en su relación con el mercado. Al igual que cualquier otro movimiento de masas (y a pesar de ser una contra crónica de este sistema que convierte todo contenido artístico y cultural en simple mercancía con la que comerciar), creo que sus bases no se han distorsionado tanto como las de otros géneros con el paso del tiempo y la influencia de la industria. Al fin y al cabo su esencia nunca ha dejado de ser la misma: hacer de la música un instrumento de denuncia. Ya sea desde sus más tiernos inicios con Sex Pistols o Ramones en los que su público era mirado con extrañeza hasta la época actual con bandas como Blink 182, Sum 41 o Green Day aún claramente orientados al pop, el punk conserva la sencillez en su estructura que lo define.

Probablemente en nuestro país el punk tuviera sus años de gloria durante los ochenta. Al igual que todas las nuevas oleadas musicales, España se subió al tren de este género años después de su despunte en Estados Unidos e Inglaterra. Hablamos principalmente del rock radical vasco y de grupos como Kortatu, La Polla Records, Barricada o Eskorbuto. Con una situación política y social ideal para la aparición del punk como era la que se daba en el País Vasco a finales del siglo pasado, podemos considerar salvando las distancias esta oleada de crestas, tachuelas y sustancias clandestinas casi como nuestra explosión grunge particular.

En un mundo donde la música se ha convertido en una forma de expresión dominada por el dinero, el punk es la muestra de que llevar la contraria al sistema que se nos impone puede resultar en una revolución en este ámbito. El punk es inconformismo, desobediencia, cansancio y rabia. Por desgracia, parece que actualmente esta sociedad esté dormida, anestesiada. La gente con capacidad de darle la vuelta al cotarro no deja de pelearse entre sí y los peleles que se cuelgan medallas con acciones minúsculas son idolatrados. Como cantaba Evaristo Páramos: ” Si eres joven y rebelde Coca Cola te comprende“