Riverboy, el valor de atreverse a soñar
El músico sevillano arranca en abril la gira de presentación de El Olimpo
MARÍA CANET
“El o la que tiene muchas fantasías llegará al Olimpo de la Fantasy”. Si Charly Riverboy (Sevilla, 1981), escribiera sus diez mandamientos, este sin duda sería el primero. Bastan unos minutos de charla con él para sumergirse en su personalísimo universo: allí hay crocante, lusesita, colores. Algo de lo que también ha impregnado su último trabajo, El Olimpo (Happy Place Records, 2021), su segundo disco bajo el pseudónimo de Riverboy. El sevillano, que compagina su carrera musical con su trabajo en Discos Latimore, mítica tienda de discos de la capital andaluza, es uno de los nombres a destacar dentro de la escena de la ciudad, en pleno esplendor tras el surgimiento de propuestas como la de Derby Motoreta’s Burrito Kachimba, Álvaro Suite o Vera Fauna: “somos propensos a mezclarnos; Ale y Scott (DMBK) tocaban en Riverboy, pero tuvieron que dejar la banda cuando los Derby despegaron. En su lugar entraron Ricky Candela y Paco Prieto que venían de bandas como Los Labios, La Mula o Pájaro. Al final uno aprende del otro y eso se nota en la música”, señala.
El camino al Olimpo siempre es el mismo: “el mamoneo”, confiesa entre risas al otro lado de la pantalla aquel chaval que hacía actuaciones en modo playback “con la escoba como si fuera una guitarra” y que formó su primera banda en el instituto para versionar a Black Sabbath o Guns’ n’ Roses. Desde su infancia en el seno de una familia numerosa, la mezcla ha sido el principal alimento del músico. “Mi primer recuerdo musical es este (dice mientras muestra una foto de Elvis a la webcam). Mi padre era un flipado de Elvis, del country, pero también de la música clásica; mi madre canta flamenco; a mi hermano Pablo le gustaba Frank Zappa, otro era más psicodélico… al final todo lo bueno se cuela”. Sus hermanos le introdujeron en la psicodelia a través de Pink Floyd, pero también en el rock duro: «yo he sido tela de heavy, me gustaban los Maiden, Judas Priest… Mi hermano Álvaro me vendió, por 200 pesetas que usó para comprarse unas litronas el primer disco que yo me compré, uno de Scorpions”, recuerda entre carcajadas. También fueron los culpables de que Charly adquiriera una sonoridad única al empezar a tocar la guitarra: “yo soy zurdo y empecé a tocar sin cambiarle las cuerdas porque los cabrones de mis hermanos no me dijeron que era para el otro lado, así que tocaba con las cuerdas del revés”, cuenta sin contener la risa.
«Tengo mucha variedad de música en la cabeza y me gustaría hacerla toda”
Ese sonido “fantasía” se perdió tras un tiempo tocando en The Milkyway Express, potente conjunto de blues rock pantanoso con el que se dio a conocer (y que en la actualidad se encuentra en barbecho), le dio la vuelta a la guitarra. Un proyecto que surgió de la emoción prematura que compartían “5 colegas de la adolescencia que machacan discos a hierro y que viven la música a tope”. Dentro de poco, reconoce, “la echaré de menos y me entrará el nervio”. Paralelamente, se convirtió en frontman de La Mula, banda en la que “tocaba el saxo y cantaba. Éramos unos 10 músicos, eso era una barbaridad. Ahora estamos hablando de hacer un reencuentro para navidades, pero me tendré que meter en un gimnasio para prepararme”, añade con gracia.
Aunque admite que “la leña se lleva por dentro”, el músico sintió la necesidad de dar salida a un cancionero propio que “no tenía cabida en la Milky, que tenía su sonido muy definido”. En 2019 publicó su primer trabajo (homónimo) como Riverboy (Happy Place Records, 2021), un disco de folk lisérgico en inglés que tuvo una continuación, “un Riverboy II, en la misma onda”, inédito a día de hoy. Un elepé que “algún día grabaré” y que Charly decidió aparcar debido a la necesidad de hacer algo en su lengua. Un proceso complicado, donde la dificultad residió en “encontrar una escritura en la que me viera reflejado, que no fuera un paripé. Es importante que ambas cosas, música y letra se fusionen, no que vayan cada una por un lado”. Tras mucho ensayo-error que el músico vivió con frustración —”se pasa mal, pero significa que estás buscando algo, que te estás moviendo”—, consiguió dar con la tecla: “me dije, vamos a ver, ¿de qué hablas tú en inglés? y salió ‘Delirio’ “. Junto a sus camaradas —Paco Prieto (guitarras), Ricky Candela (bajo), José Vaquerizo (teclados y coros) y Sleppy James (batería)—, debió reinventarse debido a la pandemia, que pilló a los músicos en plena fase de ensayos: “me daba coraje que esa banda engrasada, con las mentes conectadas y esa inercia se perdiera; cuesta mucho trabajo llegar a ese punto, así que yo preparaba canciones aquí, y cada uno, desde casa, iba metiendo su instrumento. Montamos 3 temas del disco así”.
El Olimpo es un disco complejo con el que el artista ha salido de su zona de confort: “hubiese sido más fácil seguir con algo que te funciona”, resalta. Aunque el álbum mantiene la esencia lisérgica de su predecesor, se aleja del componente folk del mismo. Una nueva sonoridad que también siente como suya puesto que afirma estar “abierto a todo. Tengo mucha variedad de música en la cabeza, en la tienda tengo acceso a una base de datos enorme y se me acaba colando. Me gustaría hacer hasta un disco de country viejuno. Me gusta la música en todos sus colores y en todos sus olores”, explica con entusiasmo. Esa variedad ha dado forma a los once temas que conforman el álbum; cada corte posee multitud de prismas que hacen que cada escucha sea diferente. ‘La Fuente’, tema que es “el nexo de unión entre un disco y otro”, abre el elepé con una letra a lo haiku: “lo que me sugiere la música es lo que yo escribo, hago un ensayo fonético y, en este caso, son cosas inconexas que se refieren a momentos de, ahora quiero esto, ahora lo otro”. En esa misma deriva psicodélica fluye ‘Delirio’, que aborda la frustrante búsqueda de una inspiración a la fuga a través de una melodía en la que destacan una percusión constante y coros que emulan voces internas. Para lograr captar esa sensación de ansiedad, Charly decidió minimizar la producción: “decidí que se quedara con sus errores porque se estaba perdiendo esa ansiedad que debía transmitir”, reconoce. La bella ‘Venus’, muy beatle, es justamente lo contrario, una muestra “del trabajo puro de producción de un disco. En la parte en la que baja el tema había muchas más cosas y empezamos a quitar”.
Cortes sugerentes como ‘Por El Cañaveral’, con protagonismo de unos teclados muy Ray Manzarek —”le pedí a José (Vaquerizo) que le metiera un rollo parecido al de los discos de Nigeria que suenan destartalados, pero sigue sonando a los Doors”, ríe— conviven con las melodías más animadas de ‘En La Yerba’ o ‘La Juventud’, de sonoridad isleña, que compuso tras una jornada en la playa de Caños de Meca: “Describo algo que está más allá del horizonte que estoy viendo, del mar, de la luz, sueños, soy una persona muy soñadora”, reconoce. Un tema inspirado en el disco Eden’s Island de Eden Ahbez, músico norteamericano considerado durante los años 40 como el primer hippie —»vivía en una isla»—, compositor del tema ‘Nature Boy’ que popularizó Nat King Cole, y que grabó el primer disco tildado de conceptual: “Rezuma esa cosa calentita de tranquilidad y ensoñación”. ‘Fénix’ y ‘Nunca Fuiste’, de impronta circense gracias a los teclados y unos vientos muy ‘Penny Lane’, sirven para relajar la densidad y encarar el final del álbum: “los primeros temas son como cuando vas en un avión y ves las nubes, luego cuando sales y miras para abajo están ‘La Juventud’, ‘Fénix’, ‘Nunca Fuiste’”.
Puro nervio —“soy como los jubilados, si paro, me muero”—, Riverboy ya ha vuelto al estudio de grabación: “igual después de verano suelto algún single para que no me quemen. Hay que grabar las canciones cuando te las crees, porque es un cuento en la cabeza, una fantasía. Cuando la banda está cansada se nota lo mecánico”. Un disco que volverá a ser en castellano, y que quizás esté influenciado por el jazz, su última obsesión musical: “estoy estudiando un montón, leyendo, haciéndome esquemas… Es una música que requiere pararse a escuchar, leer, organizarte un poco. Llega un momento en que te cuadra todo y eso te emociona y ya te tiras del todo”. A pesar de su inquietud, reivindica el detenerse en las cosas: “aprender es bueno y sólo se aprende si paras. Las cosas no son enlatadas, son así porque llevan años de evolución”. Al Olimpo de la fantasía sólo accederán aquellos que, tras un camino en constante movimiento, se detienen para atreverse a soñar.