La huella de los días grises
Se cumplen 50 años de la publicación del mítico All Things Must Pass de George Harrison
MARÍA F. CANET
Noviembre es un mes desapacible. De los árboles sólo queda el esqueleto, los tonos ocres y rojizos se han desvanecido y el color gris tiñe el cielo, fundiéndose con el del asfalto; el frío y la lluvia amenazan con la llegada del invierno. Entonces parece imposible que pueda haber primavera o verano. Esos días grises parecen inundarlo todo. Quizás, justamente por eso, George Harrison decidió publicar All Things Must Pass, su primer trabajo tras la disolución de los Beatles, a finales de este mes sombrío. Detrás de la niebla siempre está el sol. En este abrupto 2020, todos hemos recurrido al mismo mantra: “todo pasará”. Y todos hemos tenido un refugio. El mío siempre han sido las canciones. Pero las que conforman el disco que hoy cumple 50 años están en otra dimensión, en la de ser salvavidas. Por eso, cuando me siento perdida, frágil o vulnerable siempre vuelvo a él.
En el álbum, la melancolía y la tristeza cohabitan con la ilusión y la gratitud; algunas canciones te rodean como la densa niebla y otras te acarician como los rayos de sol en invierno. Curan, pero escuecen. Es asomarse a uno mismo para descubrir qué queremos sacar a la luz. Poner este disco es como entrar en un templo, se percibe lo místico, lo mágico en cada nota. No sabes lo que es, no puedes explicarlo con palabras, pero sabes que está. Puede que el secreto resida en que estas canciones enseñan a aceptar el dolor, no lo tapan, porque forma parte del juego, y desde ahí se crece. Porque todo pasa, pero todo deja huella.
¡Cuántas veces habré acudido a ‘All Things Must Pass’ cuando todo se tambaleaba! Escuchar el piano y los vientos que anuncian que estás a salvo, los coros que arropan, musitar ese “The darkness only stays at night time/ in the morning it will fade away/ daylight is good at arriving at the right time/ it´s not always going to be this grey.” mientras pienso “Joder, George, espero que tengas razón”. Nunca creo tanto en nada como cuando escucho esa canción. ‘Beware Of Darkness’ es la soledad de la noche, cuando nos hacemos más pequeños, mientras que ‘Isn’t It A Pity’ nos pone frente al espejo; una canción que parece acarrear todo el peso de la humanidad, sumergiéndonos a través de esas capas de instrumentos y esos solemnes coros que retumban como lo hace la conciencia. La percusión, los vientos y la furiosa guitarra de ‘Wah-Wah’ ayudan a purgar la rabia, mientras que la culpabilidad, la angustia y la desesperación aparecen en ‘Hear Me Lord’. ‘Let It Down’, con el potente muro de sonido marca Spector es como un bofetón que busca la reacción y ‘Let It Roll (Ballad Of Sir Frankie Crisp)’ anima a soltar lastre.
Entre tanta nube también se cuela la luz. ‘Run Of The Mill’, con su perfecto equilibrio entre cuerdas y vientos, es una lanza a favor del amor propio y de nuestro poder como individuos : «No one around you will carry the blame for you/ No one around you will love you today and throw it all away»; ‘Apple Scruffs’, de aura folk, o ‘What Is Life’, puramente eléctrica, son la alegría y la exaltación del amor. Con sus limpios teclados, dulces acústicas y suave percusión, ‘If Not For You’, versión de Dylan, es como una de esas treguas que la vida nos concede de vez en cuando, como una luminosa mañana de domingo en pleno invierno, mientras ‘Behind That Locked Door’, vertebrada sobre el piano de Billy Preston, el conmovedor pedal steel de Pete Drake y acústicas, es una puerta abierta a la esperanza “is time to start smiling”, de efecto reparador. Cuando escuchas ‘Awaiting On You All’ y ‘My Sweet Lord’, que empieza tímidamente y luego rompe con ese slide y los coros góspel de filosofía hindú, eres realmente consciente de que tienes alma, porque la sientes agitarse dentro. Las jams – ‘Plug Me In’, ‘I Remember Jeep’, ‘Thanks For The Pepperoni’ y ‘Out Of The Blue’– es una celebración de la vida y los nuevos comienzos, una improvisación de Harrison con su nueva tribu (Eric Clapton, Klaus Voormann, Bobby Keys, Ginger Baker, Dave Mason o Peter Frampton entre muchos otros) que incita a disfrutar el aquí y el ahora.
All Things Must Pass fue el primer disco triple de la historia del rock; siempre me ha dado la sensación de que George prácticamente lo vomitó. Es visceral, pero al mismo tiempo espiritual; tiene la urgencia del dolor, del amor, del rencor, del miedo, pero también la serenidad del perdón, de la aceptación, de la reflexión. De esas canciones emana la paz de quién lleva tiempo callando, soportando y al fin estalla. Todo queda suspendido en el tiempo y, sin embargo, eres consciente de que la vida es más efímera que nunca.
Volver al All Things Must Pass en momentos donde la vida te sacude es como salir a la superficie y respirar tras llevar unos minutos sumergida. Es el ejemplo perfecto de la capacidad de reinventarse que tiene el ser humano. Es balsámico, reparador, terapéutico. Los días grises no son para siempre. Pasarán, deben pasar. Volverá el verano y tan sólo serán un recuerdo escurridizo como la niebla, aunque dejen huella.