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Estaba en el culo de la botella de cerveza

Repasamos la trayectoria de Moon Mullican, pionero del hillbilly boogie

 

PABLO CALVACHE

La escena es altamente reconocible: interior, bar, noche. Un hombre acodado en la barra golpea inadvertidamente el culo de su botella de cerveza contra el mostrador mientras suena música. Ha encontrado el ritmo, uno de los ingredientes esenciales de la música que más extensamente pobló el siglo XX. El ritmo estaba allí. Lo interesante es remontar los ríos del sonido para encontrar los nombres de aquellos que lo trajeron, lo fundieron y lo convirtieron en identidad de una época. Y una de esas personas fue Aubrey Wilson “Moon” Mullican.

La historia de Mullican es la de otros cientos de músicos de la primera mitad del siglo pasado. Pioneros que encontraron la grieta por la que abrirse camino entre el despertar en la música religiosa (en este caso mediante el órgano que su religioso padre le compró para participar en las ceremonias locales) y la secular (gracias a Joe Jones, un aparcero negro que trabajaba en la granja familiar, que le introdujo los sonidos del blues rural). Un sendero sin camino que le llevó a salir de casa con 16 años para entrar en la escena de clubs de Houston. Como un recipiente en el que vierten todas las fuentes, fue empapándose “Moon” de los sonidos de Bessie Smith o Blind Lemon Jefferson por el perfil más negro y de Jimmie Rodgers o Bob Wills por el contrario. Amasando la instrumentación country con trasfondo europeo basada en violines, guitarras y la steel guitar con ascendencia en el folclore hawaiano con la cadencia machacona de un Honky Tonk presentado como hijo bastardo de un ragtime venido a menos de tanto ser tocado en pianos mellados de garitos insalubres de todo el sureste de los Estados Unidos, la semilla misma del boogie woogie.

Mullican era más chocolate blanco con pepitas negras que al contrario. Moon encuentra su base en un western swing, un country adaptado a un área que arranca en Texas y muere en las costas del Pacífico. En temática pero también en instrumentación. Y es desde aquí que vamos a encontrar una deriva con ese particular estilo de piano para ver nacer al que sería el estilo fundamental en que colocar a nuestro hombre: el hillbilly boogie. Y es desde allí que marca un estándar durante los 40 que dejará una huella imperecedera en el inminente rock and roll de la década posterior personificado en figuras como Jerry Lee Lewis, confeso seguidor de la doctrina.

Pero es en 1952 que, aún no acreditado, se da por bueno que coescribe un tema que marca un hito en su carrera y en la de una de las tres figuras básicas del Country: Hank Williams. Hablamos de “Jambalaya”. Un hito por dos razones principalmente: la introducción por parte de Mullican de tintes cajún en el ritmo (vía aquel Fais Dos Dos hecho para bailar en pareja acompañados de acordeón y fiddle) y, en segundo lugar, como ejemplo con que romper la errónea creencia que entiende al country como una unidad musical autocomplaciente y sesgada, reaccionaria y cateta, segregacionista y miope. Son muchos los ejemplos con que derribar esa creencia y “Jambalaya”, Moon Mullican y Hank Williams (una pena su carrera se limitara a seis años) son dos buenos ejemplos de ello. El resultado de la mezcla era mucho más que la suma de las partes. El ritmo vino a cambiar la experiencia del sonido. Mullican lo personificó como pocos. Es a él a quien se atribuye la frase: “Tenemos que tocar música que haga que las malditas botellas de cerveza reboten en la mesa”.