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Cómo dejé de escuchar música

Si alguna vez dejas de escuchar música, no te preocupes: confía en que en algún momento siempre habrá una canción sintonizándote a ti

 

 

GERMÁN SOLÍS

Hace tres meses y medio podría haberte hecho coger un tren a las dos de la madrugada. En alguna fiesta estaría detrás de los platos y el vinilo giraría abordo del Transeurope Express, Kraftwerk. Giorgo Moroder y Donna Summers nos dirían adiós desde el andén. I Feel Love. Llegaríamos a Daft Punk, vía Pump Up The Jam, y antes pasaríamos por New Order, por Blue Monday, que escucharon a ESG en un loft de Nueva York. Dance. Hace tres meses y medio podría haberte hecho bailar. ¿Sabes de qué te estoy hablando? Tararéalas y escucharás que son estaciones del mismo viaje, un viaje sobre raíles que se extienden delante y tras de ti convirtiéndose en una línea difusa que se pierde en el horizonte del futuro y el pasado de la música popular.

He dedicado muchas horas de los últimos 25 años ha recorrer esa vía. Revistas, páginas web, libros, críticas, reportajes, entrevistas, programas de radio, documentales, biopics, biografías y autobiografías (autorizadas o no). Tiendas de discos. Un tendero sabio y amable. Jesús Álvarez. El neón que presidía detrás del mostrador Radio City Discos, Esa luz que nunca se apaga.

 

 

Conversaciones. Muchas conversaciones: Brian Eno me susurró un secreto al oído: la idea de la música ambient se la robó a Miles Davis; Blind Willie Johnson, con su voz ancestral y terrosa, me habló del fraseo del rap en la tercera estrofa de John The Revelator 50 años antes de que yo escuchara por primera vez a Melle Mel rimando sobre las mezclas de Grand Master Flash. Pero hace tres meses y medio, preferí guardar silencio.

Había algo en mi relación con la Música compulsivo y feroz. La perseguía en el sofá todas las noches, frente al equipo de música, hasta la madrugada; me aferraba a ella en las siestas; la buscaba desesperadamente en los bares o en mis clases de Crítica Musical. Quería hablar con ella, follar con ella, flotar con ella, emborracharme con ella, pasear con ella, hacer el amor con ella, drogarme con ella. (Comer no, comer con música siempre me ha parecido una falta de respeto a la comida, a los comensales, a la música y a mí mismo).

La relación había dejado de funcionar hacía tiempo y, como en muchas relaciones, lo primero que se rompió fue la comunicación. Lo nuestro se había convertido en un diálogo de sordos. Y lo intenté todo, hasta pedimos ayuda a un terapeuta: si Bob Dylan no puede ayudarnos, no lo hará nadie, pensé. Cuando lo llamé para pedir cita, me dijo que no tenía hueco hasta dentro de 15 días: “Si no podéis esperar, prueben con Warren Zevon”. La música y yo lo visitamos y nos hizo escuchar Keep Me In Your Heart For A While. Aunque nos pusimos a llorar, pensamos, qué demonios, aquí no se ha muerto nadie. Así que salimos corriendo.

 

 

Dos semanas después, desesperado, arrastré a la Música a la consulta de Bob Dylan. Hablamos de cómo me sentía, pero supongo que el problema era que las respuestas de la Música no eran las que yo quería escuchar.

 

And I’m back in the rain, oh, oh
And you are on dry land
You made it there somehow
You’re a big girl now

 

¿Te ha pasado alguna vez que recuerdas una canción que debería hacerte sentir de una forma determinada, pero ahora por mucho que lo intentes no funciona? No se repite la magia, no compartís el mismo espacio. Bob lo intentó con Shooting Star, pero la Música y yo no estábamos allí.

 

Guess it’s too late to say the things to you
That you needed to hear me say
Seen a shooting star tonight

Slip away

 

Esta vez ni siquiera él podía ayudarnos. Y así fue cómo dejé de escuchar música.

 

 

Cuando alguien con quien has compartido tanto, a quien te has aferrado tanto, se va, deja un vacío enorme, como un agujero negro de miedo. Eres un agujero negro de miedo y tu horizonte de sucesos te devuelve miedo estirado y aplastado en todas sus texturas, colores e intensidades en un bucle infinito a lo largo de la frontera del espacio-tiempo. ¿Recuerdas esa película en la que Matthew McConaughey es un astronauta que atraviesa un agujero negro para volver a la Tierra y comunicarse con su hija? Hace unos días, tumbado a media tarde en el sofá, frente al equipo musical, me levanté y saqué al azar un disco de la estantería. A Love Supreme, de John Coltrane. He escuchado ese disco cientos de veces. Recuerdo que cuando perseguía a la Música, me aferraba a la música, la buscaba desesperadamente, solía utilizar un fragmento del primer movimiento, Acknowledgement, para ilustrar la influencia de Coltrane en la Psicodelia de los 60 (el riff de guitarra de Roger McGuinn al inicio de Eight Miles High). Por primera vez en muchas semanas coloqué el vinilo sobre el plato y en un gesto inédito en mí, lo hice sobre la cara B. Pursuance: prosecución.

Y entonces sucedió algo donde no debería pasar nada, porque no sé si sabes que lo que acontece a un lado del horizonte de sucesos no puede afectar a un observador situado al otro lado. Como la nave espacial de McConaughey en la película, los sonidos comenzaron a vibrar sintonizando mi miedo: primero fragmentándolo en formas geométricas, después estirándolo en ondas sinusoidales, a continuación disolviéndolo en un espacio de puro gozo. Atravesaron el agujero negro hasta llegar al otro lado. Lo que ocurrió es que, por primera vez, era la Música quien me escuchaba a mí.

Pursuance. Prosecución. Tuve que buscar el significado en el diccionario de la RAE: acción y efecto de proseguir. Sigo sin escuchar Música. Ya no me hace falta. Ahora es ella quien me escucha a mí, paciente, y solo después de hacerlo atentamente —y solo entonces— me habla con ternura de cómo me siento. Unas veces susurra las oraciones terrenales y polirrítmicas de Pharoah Sanders, Let Us Go into the House of the Lord; si me siento perdido extiende el mapa de Journey in Satchidananda, que Alice Coltrane despliega con sus dedos de hada negra y buena; cuando estoy desconsolado, recita Chenrezig, el mantra de Don Cherry en el que el contrabajo late con cada sílaba (Om Ah Hum Vajra Guru Padmi Siddhi Hum) como si bombeara toda la sangre del universo.

No siempre funciona así. De hecho, no sabrás cómo funciona (habrá dejado de importarte), ni siquiera cuándo y dónde te escuchará y menos aún qué te dirá. Ayer por la mañana, mientras guardaba cola en la pollería del mercado, me entraron ganas de llorar entre contramuslos y cartones de huevos. Entonces —y solo entonces— a través del hilo musical del mercado municipal, ese grandes éxitos del muzak de la casquería emocional, sonó una canción a la que no había prestado atención nunca. Una canción que había despachado mil veces con un mohín en los labios, con el gesto de superioridad condescendiente del connoisseur que la oye en una verbena de verano, en una fiesta de cuarentones ebrios un domingo a media tarde, en la emisora que sintonizas por error durante unos minutos durante un viaje en el que no deberías soltar el volante…

 

Retales de mi vida
fotos a contraluz
Me siento hoy como un halcón
herido por las flechas de la incertidumbre

 

 

Primero una lágrima y después una tras otra mientras sonaba esa canción que hace tres meses y medio solo me provocaba vergüenza ajena. Cuando terminó, sentí un alivio esponjoso, como si me hubieran limpiado el pecho con un anuncio de compresas. Y entonces entendí cómo dejé de escuchar música. ¿Sabes por qué? Porque comprendí que si alguna vez dejas de hacerlo, solo tienes que confiar en que en el algún momento, en algún lugar, siempre habrá una canción escuchándote a ti.