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Dead South

The Dead South, una nueva ronda de banjo y whisky

Los canadienses han absorbido el imaginario del Oeste norteamericano, al que rinden tributo a golpe de bluegrass

 

MIGUEL CANALDA

“Quiero ser el mejor / el mejor que haya habido / el más rápido en desenfundar / el hijoputa más duro de estas tierras”. Esa lapidaria sentencia podría escupirla el bueno, el feo o el malo de cualquier western, pero sirve de algo parecido a un estribillo en ‘Gunslinger’s Glory’ [Gloria del Pistolero], la canción que cierra el segundo de los tres discos publicados por The Dead South. Este cuarteto de bluegrass surgido en Regina, capital de la provincia canadiense con el sugerente nombre de Saskatchewan, ha absorbido todo el imaginario del Oeste americano para convertirlo en historias cantadas al son de banjos y mandolinas.

Que un género tan oriundo de Estados Unidos como es el bluegrass lo toquen unos canadienses solo puede considerarse un buen augurio si se tiene en cuenta que Neil Young y The Band, alfareros del sonido americano, también surgieron del lado norte de la frontera. Nate Hilts y Danny Kenyon tocaban en una banda grunge cuando en 2012, imbuidos por la música de Trampled by Turtles y Old Crow Medicine Show, decidieron alejarse del guitarreo de Seattle para fijar su mirada en los Apalaches. El dúo reclutó a Scott Pringle y a Colton Crawford, procedentes de corrientes tan distintas como la canción de autor y el heavy metal, para fundar The Dead South, cuarteto al que se han incorporado ocasionalmente Eliza Mary Doyle y Erik Mehlsen.

Con Hilts de guitarrista y vocalista principal y Kenyon a un violonchelo que también ejerce oportunamente de contrabajo, Pringle y Crawford tuvieron que aprender a tocar la mandolina y el banjo. Al igual que las serpientes que habitan en varias de sus canciones, los cuatro integrantes de la banda mudaron de piel para devenir en cuatro granjeros de los de polvo en las botas, tirantes, corbata de bolo, sombrero, tabaco de mascar y whisky doble sin hielo. Pero en el Oeste no importa tanto lo que eres como lo que dices ser. Aquello del pulso entre la leyenda y los hechos que resuena en El hombre que mató a Liberty Balance. The Dead South se describieron como una banda de bluegrass sin batería ni violín -o fiddle– y dejaron que la prensa los tildase de “los gemelos diabólicos de Mumford & Sons”.

Lo de la falta de batería no significa ausencia de percusión, pues las palmas y los zapatazos al suelo siempre son un recurso socorrido y en ocasiones emplean un bombo también presente en sus conciertos. Tampoco es un rasgo definitorio, pues ninguno de los seis integrantes de Trampled by Turtles toca la batería y los de Duluth llegaron antes. El tema del fiddle sí es más destacable. Que una banda de bluegrass deseche el sonido del violín es como pedirle a una estrella del trap que prescinda del autotune. Ahí el chelo vuelve a salir al rescate para aportar, sin excesos, las melodías que sirven de contrapunto al fingerpicking del banjo y al frenético rasgueo de la mandolina en canciones como ‘Every Man Needs a Chew’, ‘Blue Trash’ o ‘Banjo Odyssey’, un título que serviría de perfecta alternativa al O Brother de los Cohen.

La comparación con Mumford & Sons se entiende. La instrumentación, aunque menos numerosa en la banda canadiense que en la británica, comparte muchos elementos; el carácter coral es fundamental en ambos grupos -como lo es en todo conjunto de bluegrass o folk que se precie- y la voz rasgada de Hilts se asemeja, en un tono más grave, a la de Marcus Mumford. También es acertada la connotación maléfica atribuida a The Dead South y no solo por las constantes referencias al diablo, al infierno y a los demonios internos de cada cual ejemplificados en ‘In Hell I’ll Be in Good Company’, su canción más conocida. El romance que impera en las letras de los londinenses contrasta con el golferío del cuarteto de Regina: si los primeros prometen que esperarán a su amor todo lo que haga falta en ‘I Will Wait’, los segundos tiran de sorna en ‘Long Gone’ al aconsejar a la querida que no pierda el tiempo esperando su regreso. En un duelo bajo el sol de mediodía, queda claro quiénes ganarían.

The Dead South también hacen sus concesiones y de vez en cuando se acercan a un folk que hoy ya es pop en ‘Honey You’, ‘Achilles’, ‘Travelin’ Man’ o ‘Smootchin’ in the Ditch’. El diverso pasado musical de los integrantes de la banda favorece esas incursiones más allá de las fronteras del bluegrass. La voz y los coros de ‘Into the Valley’ se acercan al estilo de las bandas comerciales de hard rock y hay algo de grunge en la interpretación de ‘Black Lung’, canción en la que también destaca un banjo y una mandolina cuyos juguetones punteos se alejan de la ortodoxia del género.

Donde se mantienen plenamente fieles a la música tradicional americana es en su capacidad para contar historias en tres minutos. Como también sucede con los buenos westerns, todas sus canciones tratan básicamente de lo mismo y cada una aporta algo diferente. El lenguaje es simple y agreste, si hay metáforas son las que surgen del saber popular, no de la mente del poeta. Ni una sola de sus palabras desentonaría en el vocabulario del viejo Oeste y son constantes las menciones a los revólveres, las trifulcas de bar, la muerte, la venganza, la soledad del que huye, el pecado, el oro y el alcohol, con el whisky derramándose casi en cada canción.

El acierto de The Dead South es su capacidad para revisar la tradición desde el presente y parecen haber dado con la tecla. Tras iniciarse con el EP autoeditado The Ocean Went Mad and We Were To Blame (2013) y darse a conocer de la mano de Devil Duck Records con Good Company (2014) y con Illusion & Doubt (2016), el pasado octubre la banda llegó al número uno de la lista de bluegrass de Estados Unidos gracias a Sugar & Joy (Six Shooter, 2019). Las raíces del género que cobró forma en los años 40 del pasado siglo con Bill Monroe and the Blue Grass Boys perviven actualizadas en el sonido del cuarteto canadiense y adentrarse en su música es como hacerlo en un viejo saloon para pedir una nueva ronda de lo de siempre.