TOP

Dylan LeBlanc, la belleza de la herida

El cantautor americano comienza esta semana su gira por España junto a Nicole Atkins

MARÍA F. CANET

No todas las penas pueden ahogarse en un vaso de whisky. Algunas se arrastran eternamente como un peso muerto que dificulta el caminar o se guardan en lo más profundo de un cajón que se abre de vez en cuando; otras se exponen para sanar o transformar la herida en algo bello. Dylan LeBlanc (Louisiana, 1990) tomó ese sendero. El músico norteamericano -calificado como “el nuevo Neil Young” y comparado con Townes Van Zant o Ryan Adams– ha transformado su turbulento pasado en canciones folk donde belleza y dolor caminan de la mano.

A pesar de su juventud, LeBlanc posee una biografía digna de un outlaw, carne de letras que bien podrían haber compuesto Merle Haggard o George Jones. Hijo de padres divorciados, a los diez años se mudó de Blanchard (Louisiana) a Muscle Shoals (Alabama) para seguir a su padre, James LeBlanc, quién trabajaba como músico de sesión en los míticos estudios FAME. Allí el joven Dylan recibió una educación musical excepcional, lo que le valió para formar su primera banda, Jimmy Sad Eyes Blue, en la adolescencia. Dicho proyecto llegó a su fin cuando LeBlanc ingresó en un programa de rehabilitación con tan sólo quince años. Tras su recuperación, formaría la banda Abraham, con quién llegaría a grabar en los estudios FAME de Muscle Shoals.

Sus primeras experiencias amorosas y su tormentosa relación con las drogas y el alcohol, fueron el germen de su primer álbum en solitario, Paupers Field (2010), una colección de nostálgicas canciones que él mismo calificó como “lápidas”. Colosos de la música americana advirtieron su talento: Emmylou Harris acompañó a LeBlanc en el tema “If the creek do not rise”, mientras que Lucinda Williams, Calexico, Laura Marling o George Ezra contaron con él para abrir los conciertos de sus respectivas giras.

En 2012 publicó su segundo disco Cast the same old shadow, sin embargo, el éxito cosechado no fue suficiente para evitar una fuerte recaída en las drogas y el alcohol. Con 23 años Dylan LeBlanc estaba perdido, acababa de rechazar un contrato con una importante discográfica y decidió regresar a Muscle Shoals para empezar de nuevo. Esa segunda oportunidad que tanto anhelaba se transformó en el brillante Cautionary Tale (2015), producido por Benn Tanner (teclista de Alabama Shakes) y John Paul White (Civil Wars). Un disco folk donde la imponente sección de cuerdas y los dulces pianos rememoran el sonido analógico de la década de los setenta.

Cautionary Tale es el particular ajuste de cuentas que el músico realiza consigo mismo para exorcizar sus demonios. Mirándose al espejo admite que “nunca se cansa de sangrar”, desobedeciendo sus propias advertencias. LeBlanc canta con la dulzura y la crudeza de quién se enfrenta a una inocencia perdida; es la voz de la melancolía. Un trovador solitario que siempre anda escapando de sí mismo -algo que recuerda en ‘Easy way out’ donde Brittany Howard (Alabama Shakes) hace los coros- arrastrando cadenas de culpabilidad. Las canciones de LeBlanc derraman vulnerabilidad, expuestas como joyas frágiles. Sus melodías densas como la niebla en un bosque – “Look how far we’ve come”– envuelven al oyente, haciéndole capaz de tocar su propio dolor. Aún así, el músico también deja un pequeño hueco para la esperanza en cortes como “Roll the dice” o “Paradise”, delicadas y luminosas.