El nacimiento y ocaso del grunge
La misma naturaleza rompedora del nacimiento del grunge fue lo que acabó con él
ÁLVARO GONZÁLEZ
Si la esencia del movimiento punk puede ser recogida en la frase “vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver”, probablemente las palabras que encierran la actitud del grunge tendrían que ver con la frustración, el pesimismo, la ira y el desencanto que sufría gran parte de la llamada Generación Y. En una época en la que Internet aún andaba en pañales, lo más moderno que podíamos echarnos a la boca a la hora de consumir música –obviando el formato CD y los vinilos de nuestros padres– eran cintas de vídeos de conciertos o recopilatorios, junto a una MTV en su época dorada que fue todo un símbolo para los adolescentes de entonces.
Aunque el grunge se desarrolló principalmente durante los inicios de los 90, sus inicios se remontan a mediados de los 80, cuando las primeras bandas pertenecientes a este estilo como Green River comenzarían a formarse. Para entender su origen hay que comprender el momento que estaba atravesando el rock. Y es que durante esta década se asentaron nuevos géneros como el heavy metal y subgéneros como el glam rock. Bebiendo del sonido en cierto modo del propio heavy pero sobre todo del punk y rechazando el factor mainstream que venía caracterizando al glam (incluso al hairy metal), muy acusado de ser comercial, el grunge se hacía un hueco en el panorama musical sin poder imaginar que pasado el tiempo y la habitual ironía que le acompaña lo convertirían en uno de los géneros más comerciales y, vulgarmente hablando, objetivo de un público posser. Pero si olvidamos la consideración que ha tomado el grunge en la actualidad, abanderado por pre púberes con camisetas de Nirvana compradas en cadenas de tiendas antagónicas al estilo original de unos vaqueros rasgados acompañados de camisas de leñador y cabelleras desaliñadas, descubrimos que en un muy breve período de tiempo consiguió cambiar el rumbo de la música.
El grunge tuvo como referencia bandas como Pixies, Green River o Sonic Youth, los más importantes representantes del rock alternativo de finales de los ochenta. Del mismo modo, no es ninguna coincidencia el foco donde daría sus primeros pasos. Lejos de la atención de los medios con todas las cámaras apuntando a ciudades mastodónticas como Los Ángeles o Nueva York, en literalmente una esquina de los Estados Unidos, nacía el que ha llegado a ser bautizado como “sonido de Seattle”. No es para menos, pues la mayoría de bandas icónicas de este movimiento como Nirvana Mudhoney, Pearl Jam, Soundgarden, Melvins o Alice In Chains nacieron en esta ciudad (si bien Nirvana surgió en Aberdeen, por su cercanía a Seattle haremos la vista gorda). Todos estos grupos junto a muchos otros fueron el estandarte de una generación reivindicativa y disconforme con la sociedad. El punto álgido de los 90 que todos conocemos.
Por desgracia, esa misma naturaleza rompedora del grunge fue en gran medida lo que acabó con él. Y no hablo de las tendencias suicidas de algunos de sus frontmans ni del abuso de las drogas. Su nacimiento coincidió con probablemente el final de la etapa más prolífera de música en toda la historia. Los ochenta fueron todo un boom para la industria, y cuando el saco de canciones pop y glam empezaba a quedarse vacío, el mercado se abalanzó sobre este nuevo género llevándolo a lo más alto. Su descubrimiento al mundo fue, al mismo tiempo, su propia tumba. Al cabo de un tiempo, los máximos exponentes de la contracultura se vieron sumidos en medio de aquello que criticaban. Me hubiera gustado no recurrir a su figura por aquel factor mainstream que comentaba anteriormente, pero no hay mejor manera de explicar esta situación que leyendo la nota de suicidio de Kurt Cobain. En ella, el icono de toda una generación se lamentaba por no lograr sentir la emoción que sentía una leyenda como Freddie Mercury en el momento antes de los conciertos. De todos modos, esta afirmación llevaba tiempo siendo un secreto a voces; no hay más que ver la actitud de Guns N´Roses (grupo con el que mantuvieron una fuerte rivalidad) de superestrellas orgullosas de serlo frente a la de el trío del bebé en la piscina, casi transmitiendo a sus fans esa sensación de incomodidad en medio de toda la presión mediática. No me cabe la menor duda de que esta presión fue la que llevó a Cobain a escribir las palabras con las que cerraría su despedida: “es mejor quemarse que apagarse lentamente”
Por si la desgracia no se hubiera consumado totalmente, la muerte del grunge trajo consigo el post-grunge. Coge bandas con un sonido muy suave en comparación a todas las nombradas anteriormente, dales una capa de “suciedad” y vende todo esto como la continuación del último movimiento de masas musical a nivel mundial. No quiero decir que toda la música que engloba esta categoría sea mala, pues tenemos como ejemplos positivos a Foo Fighters y su evolución desde justo este post-grunge hasta dar con un sonido propio o a Seether, a pesar de distar mucho de sus orígenes en la actualidad y a expensas de un nuevo disco que promete. No me intentes vender material claramente orientado a un público casual bajo el nombre de aquellos que criticaban tu producción. Me atrevería a decir que fue a finales de los 90 con la aparición de este -no sé si atreverme a denominarlo como tal- género cuando se empezó a extender una práctica de la cual la música comercial ha hecho su propio sello: escuchar temas y no grupos. Conocer cientos de singles que triunfaron al momento de ser publicados pero no sumergirse en la producción de cada artista. Quedarse con la primera impresión, no profundizar. Mientras nos toque seguir esperando a que el mundo vuelva a cambiar de esa manera gracias a la música, tocará rememorar mejores tiempos.