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El diálogo entre vida y muerte de Coque Malla

El músico madrileño, recientemente premiado con un Ondas por su trayectoria, publica un trabajo de marcado carácter existencial

 

MARÍA CANET 

Una cuerda de nylon se tensa sobre un cuerpo de madera que segundos antes yacía inerte. Los dedos presionan diferentes puntos del mástil y la caja emite unas notas oscuras, fronterizas. Comienza a trazarse un círculo que, diez canciones después, cierra el mismo riff eléctrico. Es la primera inhalación, pero también el último suspiro de Aunque Estemos Muertos (Warner Music Spain, 2023), el nuevo disco de Coque Malla (Madrid, 1969) que, como esa tensa cuerda de guitarra, enlaza vida y muerte.

Sus casi cuatro décadas de trayectoria musical (recientemente premiada con un Ondas) no le separan de aquel chaval que forjó sus primeros recuerdos musicales con los grupos que Miguel, su hermano mayor, —“él sí que vivió La Movida”— le descubrió y que con catorce años escribió ‘Adiós Papá’: “mi relación con la música sigue siendo muy pura. Es el sitio donde más cómodo me encuentro: cantando, componiendo, tocando. Mis preocupaciones cambian y mis letras cambian, pero al final el acto primitivo de coger una guitarra y expresarte es el mismo”, afirma con rotundidad. La paternidad, la reciente muerte de sus padres o la pandemia son algunas de esas sacudidas existenciales que le han hecho “tomar consciencia del paso del tiempo y de la fragilidad de otra manera. Ya no eres hijo; ahora sólo eres padre”, reflexiona desde un sillón de las oficinas de su compañía discográfica.

“He conseguido no controlarlo todo como hago habitualmente. He dejado que fluya mi creatividad y la de los demás, la que se produce trabajando juntos, sin una dirección concreta»

Aunque Estemos Muertos nace como una reacción vitalista —“ en el momento en el que empiezas a escribir, el dolor se queda en el papel. Cuando estoy inmerso en un proceso creativo estoy de subidón”— a la muerte. La energía de “un animal que lucha por sobrevivir” sobrevuela unas composiciones donde Malla regresa al “rock guitarrero”. Una esencia que ha aflorado gracias a una banda que, en los anteriores trabajos (El Último Hombre En La Tierra, 2016, y ¿Revolución?, 2019), quedó en la retaguardia “por el protagonismo de los arreglos orquestales”, y ahora recupera la primera línea de fuego. Experimentación e improvisación han sido las dos máximas que el artista se autoimpuso durante la grabación del elepé: “quería intentar no controlarlo todo de manera casi enfermiza como hago habitualmente y pasó una cosa apasionante: siempre vamos fijando las cosas en el local; en esta ocasión no fijábamos nada. Al día siguiente, volvíamos, no nos acordábamos de nada y empezábamos de cero. Creo que eso se siente en el disco a tope”, afirma orgulloso.

Bajo la batuta de José Nortes en la producción,  Héctor Rojo (bajo), Amable Rodríguez (guitarras), David Lads (teclados y sintetizadores) y Gabriel Marijuán (batería y percusión) han participado activamente en la construcción de los temas, en un proceso anárquico que queda patente en cortes como ‘Bailo En La Oscuridad’, con atmósferas próximas a Radiohead, pero especialmente a The Smile: “he dejado que fluya mi creatividad y la de los demás, la que se produce trabajando juntos sin una dirección concreta. El objetivo era generar loops tecnológicos que a la vez sonaran orgánicos; me daba miedo que sonara a free jazz. Cuando no lo lográbamos, bromeábamos imitando a Gila: ¿está Tom York? Que se ponga”, recuerda entre risas. Los coros —“necesitábamos voces especiales, delicadas”— son los otros grandes protagonistas con nombres como Álex Olmedo, María Ovelar, Araceli Lavado, Jacobo Serra y Anni B Sweet, cuya versatilidad sorprendió a Nortes y a Malla en ‘Como Los Gatos Salvajes’, a modo de coro  góspel que arropa la orfandad callejera:  “habíamos grabado a otras coristas. De hecho, ella no iba a cantar en esa parte porque creíamos que no iba a encajar, pero Jose me animó a que probáramos. Lo hizo de dos formas diferentes y nuestra reacción fue: ¿cómo? ¡Háztelo todo! Es un todoterreno. Creo que es la única con ese gusto y al mismo tiempo esa cantidad de registro”, dice aún con asombro en el rostro.

«La rutina es otra forma de muerte, nos mata en vida»

El nacimiento de ese “río que fluye salvaje”, con esa lúgubre y fronteriza danza (‘Bailo Con Los Muertos’) donde maracas y bajo consiguen mantener el latido, y la desembocadura (‘Como La Mañana’), están hilados por diez temas que recorren diferentes paisajes vitales, —»por eso es tan importante escucharlo en orden»— para establecer un diálogo entre muertos que bailan y hablan, y vivos sepultados por obligaciones o sueños que nunca llegaron a cumplir. El prometido final feliz con un arranque luminoso a lo Ron Sexsmith —“curiosamente, me lo descubrieron Carlos Cros y Julián (Love Of Lesbian) en una cena justo al terminar de grabar el disco. Desde entonces me he vuelto muy fan” — se ve frustrado al retomar el polvoriento riff de ‘Bailo Con Los Muertos’ para subrayar que “por muchas esperanzas que tengas, por mucho que te sientas como la mañana, el final es el que es”.

Entre medias, inseguridades, miedos o rutina se ceden el testigo. La distorsión y los teclados tenebrosos acentúan esos temores que, «si dejas que crezcan a base de adormecerte, se pueden convertir en un monstruo (‘El Dragón’) capaz de arrebatarte tu identidad”, mientras que ‘¿Volverá?’, deshoja la margarita de la incertidumbre con ligereza folk. La esperanza late en ‘Aunque Estemos Muertos’, pop melódico próximo a Bowie, que posee cierto aura de nana: “siempre ha habido algo de cántico infantil en  mi música, incluso en los Ronaldos”, reconoce con una sonrisa.

Madurez y juventud forcejean en ‘Místico’, pieza de rock sudoroso que supone una regresión a aquellos días de juventud mediante guitarras a lo Allman Brothers y un estribillo que recuerda al ‘Taxman’ de los Beatles, a la vez que Malla entona “yo ya no tengo 18 años/ yo ya no hablo de comerme el mundo/ yo sólo quiero descansar un rato”, con distorsión en la voz: “quizás el subconsciente y la intuición nos llevó a eso: cuando el joven rockero se va difuminando, su voz empieza a romperse un poco. No es algo premeditado, pero es bonito”, admite.

No obstante, el artista también ansía escapar de las obligaciones adultas en ‘El Saco De Los Sueños’, que, con cierto aroma a musical, enfrenta anhelos y responsabilidades del día a día: “es un grito por romper esas cadenas de la rutina: los niños, el colegio, porque es otra forma de muerte, nos mata en vida. Eso a mí me obsesiona, sobre todo porque he pasado muchísimos años de mi vida en la bohemia, en el caos, sin horarios…”, admite.  Otra de sus obsesiones, el “juicio permanente a opiniones, canciones, películas”, se materializa bajo una crítica punzante en ‘Bla Bla Bla’: “me cabrea mucho”, afirma con rotundidad.

Con el complicado reto de trasladar ese diálogo entre vida y muerte al escenario, —“pensaba que iba a ser mucho más fácil de traducir al directo. Está costando porque es un disco con muchas capas, clímax y matices. Queremos tocarlo de arriba a abajo para luego hacer una segunda parte con los hits, pero es arriesgado. Me da miedo no conseguir la energía necesaria para que la gente entre”, se sincera— Coque Malla toca esa cuerda inerte para crear vida. Aunque estemos muertos, estas canciones hablarán a los vivos para la eternidad.