El Patriarca: aún queda algo por decir
Antiguo componente de Los Ángeles, El Patriarca presenta Hijos de la ruina, su segundo EP
JAVI TEJERO
“Aún me quedan muchas cosas que decir”, afirma rotundo (e incluso canta) Agustín Rodríguez Ampudia mientras atardece en el Campo del Príncipe, en pleno barrio del Realejo, uno de los sitios con más encanto y solera de Granada. “Después de tantas cosas vividas, después de tanta música, aún me quedan cosas por decir”. Y en gran parte eso es lo que ha llevado a El Patriarca (su nombre artístico) a publicar en 2021 su segundo EP, Hijos de la ruina. Se trata del guitarrista y miembro fundador de la mítica banda granadina Los Ángeles, que durante los 60 y los 70 cosechó importantes éxitos y sirvió de guía y referente a muchos grupos de pop que a día de hoy siguen mirando ese legado en busca de inspiración y aprendizaje.
Esa frase, “aún me queda algo por decir”, se repite con insistencia en una de las canciones que componen este nuevo trabajo, ‘Silencio’. “Es el silencio que se necesita después del amor lo que quiero reflejar aquí”. Hijos de la ruina, a pesar de la dureza del título, es un canto a la vida en seis cortes, historias narradas por una voz crepuscular que recuerda al Johnny Cash de los American Recordings. “Puedes tocar o cantar de maravilla, pero lo realmente valioso es que detrás haya una buena historia, una historia creíble, que tú te la creas. Si no, no tiene sentido”.
El título de este trabajo no es ningún guiño a Triana ni su Hijos del agobio; tiene su propia historia, y charlamos justo en el sitio donde aconteció. “La portada y el título al final surgieron de casualidad. Estaba en una sesión de fotos aquí en el Realejo, mi barrio de toda la vida. Le pedí a Javier Martín, el fotógrafo, que me hiciera una delante de ese grafiti (señala el muro), de El Niño de las Pinturas, y dije aquí tenemos la portada. Si te fijas debajo pone una frase, ‘hijos de la ruina’, y de ahí me vino la idea. El dibujo representa a El Fugitivo, un indigente que murió ahí bajo esos pinos, donde solía dormir”. Hay una dedicatoria explícita a los sin techo, a la gente sin recursos. Pero los hijos de la ruina para él también son los músicos, eternos sufridores. “Es tan difícil abrirse camino… La música es una trampa, porque una vez que estás metido de lleno te das cuenta de que es una profesión volátil. Yo he tenido que ganarme la vida muchas veces tocando en orquestas de baile, y es es supervivencia”. Para él hay una diferencia entre el artista y el músico. “Lo ideal es tener esas dos facetas, porque al fin y al cabo la música también es un negocio, y hay que mirarlo así”.
Repasando esas peripecias que curten la vida de un músico de oficio, Agustín refleja la historia del pop en España. “En los 60 también teníamos muchas dificultades, apenas había medios ni gente que supiera manejar esos pocos medios. Lo único que podíamos hacer era tocar y tocar, y esa era una de nuestras ventajas, que podíamos tocar todos los días a todas horas. Tuvimos la suerte de que nos vio la persona indicada, en nuestro caso Rafael Trabucchelli, de Hispavox. En aquel entonces en la música en España estaba todo por hacer y tuvimos nuestra oportunidad, aunque no conseguimos el éxito hasta el tercer disco”. Esas grabaciones tampoco eran fáciles, “grabábamos todo a la primera toma, en un cuatro pistas, dos cantando en cada micrófono”.
Pero también reconoce que esa incertidumbre que rodea siempre a los artistas se ve ahora magnificada por la cantidad apabullante de oferta y por lo condicionante que es para todo internet, identificando algunos de los nuevos problemas a los que se enfrentan jóvenes y veteranos en unos tiempos con normas distintas. “Internet ha hecho desaparecer las compañías de discos y ha acabado con la personalidad en la música. ¿De qué puede vivir ahora un músico? De los bolos, pero si no tiene promoción y no tiene poder de convocatoria tampoco lo van a contratar para tocar”. Aunque reconoce la parte positiva de esa interconexión: “Antes un problema que teníamos era que todo se centraba en Madrid, y si no acudías allí a buscarte la vida no existías”.
Lejos de intentar estirar los réditos de los antiguos éxitos, El Patriarca apuesta por creaciones nuevas donde confluyen el rock, el blues e incluso el flamenco, presente en algunas canciones. Son confesiones crudas en las que se hace balance de todo, como en ‘Nada es para siempre’, al tiempo que se busca el lado vital, “Siempre hay una esperanza cuando todo está en el suelo”, asegura. Ese lado vital queda patente incluso en la canción que da título al disco, ‘El blues de los hijos de la ruina’, en cuyo final se repite una y otra vez la palabra vida, presente en el título del siguiente corte. Lo que no cambia es la capacidad para crear estribillos brillantes y fácilmente incorporables al tarareo diario.
Al tiempo que fija las fechas de presentación y promoción del disco, sigue dando vueltas a nuevos proyectos que quiere llevar a cabo. “Estoy preparando un concierto con orquesta sinfónica haciendo repertorio de Los Ángeles y de El Patriarca, que espero poder llevar a distintas ciudades. También tengo ahí un blues dedicado al Cristo de los gitanos para el que me va a acompañar mi vecino Pedro, de Guadalupe Plata”.
Agustín, El Patriarca, es historia viva del pop español, al mismo tiempo que un músico activo al tanto de lo que ocurre hoy en día y con inquietud de componer y sacar adelante nuevo material. Porque siempre queda algo por decir, sobre todo si te alumbra el dorado del atardecer en el Realejo.