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El salvaje circo del rock de Los Estanques

La banda cántabra reivindica su filosofía basada en la complejidad melódica y en la crítica irónica en un arriesgado quinto trabajo

 

MARÍA CANET

Managers que roban a sus representados, porcentajes injustos, una burbuja festivalera insostenible, músicos convertidos en títeres manejados por grandes ejecutivos; son los protagonistas del circo de los horrores en los que en ocasiones se convierte la industria musical. Un espectáculo esperpéntico que Los Estanques han transformado en ópera rock con Uve (Sonido Muchacho, 2024), su quinto disco. Un trabajo con el que vuelven a desafiar los dictámenes de la industria y que reafirma su esencia: una prosa ácida e irónica envuelta en complejas melodías que desafían constantemente al oyente. Desde que su irrupción en 2017, los cántabros son los más díscolos de una joven y potente escena surgida en torno al pop rock psicodélico (Derby Motoreta’s Burrito Kachimba, Anni B Sweet, Rufus T. Firefly, Pablo Solo) que busca alimentar el panorama nacional con propuestas más ambiciosas en lo musical, lejos de la inmediatez que impera.

Como si de un videojuego se tratara, la propia banda (que completan Germán Herrero a la guitarra y Dani Pozo al bajo), ha querido aumentar la dificultad en esta nueva pantalla. Ya contaban con el reconocimiento de crítica y público cuando su alianza con Anni B Sweet, junto a quien publicaron el sobresaliente Burbuja Cómoda y Elefante Inesperado (Inbophonic Records, 2022), acabó por impulsar su carrera: “se supone que teníamos que sacar un disco con el que nos consolidáramos, pero con este nos vamos a consolidar como banda de culto”, admiten sin reparos Íñigo Bregel (vocalista, compositor y multinstrumentista) y Andrea Conti (batería) desde el sofá de las oficinas de su sello discográfico en el centro de Madrid.

“En vez de subir un escalón más, nos hemos ido al lado oscuro. Pero eso somos nosotros; hemos dado un paso sólido a lo que queremos ser”

Su quinto elepé vio la luz el pasado 24 de mayo, sin embargo, cierta distancia les separa de unas canciones concebidas mayoritariamente antes y durante la pandemia: “es curioso, a veces parece que no es el disco que tenía que salir ahora. De hecho, del disco con Ana, había dos, ‘No te preocupes’ y ‘Yo me voy de aquí’, que iban a entrar en este. Teníamos casi cuarenta canciones, estuvimos pensando en hacer un disco doble”, confiesan Bregel y Conti. Pero si algo reivindica Uve, desde el título (el juego entre la letra y el número romano) a su contenido, es precisamente su ADN: rock progresivo setentero, cool jazz, barroquismo pop condensado en dos minutos, transiciones abruptas heredadas de Malcolm Scarpa y una prosa con mucha sorna. Su objetivo, siempre ha sido reivindicar “la escucha de un disco como una experiencia. El lugar que ocupan las canciones, es un lugar muy concreto”, explica Íñigo. A lo que Conti añade, “ha sido el disco más complicado de ordenar, hemos hecho varias pruebas”.

Un trabajo artesanal en lo melódico, “hemos trabajado más el concepto del disco en el ámbito musical, que todo vaya bien encadenado”, mientras que, las letras, cuentan “no tienen mucho que ver entre sí, aunque en muchas nos cagamos en cosas, situaciones o personas”. Del estricto sentido literal de ‘¿Quién es ese?’, dulce tema orquestal con arpa incluida que narra un episodio escatológico — “me parece súper guapo que una melodía bonita hablara de un tío que se está cagando”, confiesa Íñigo entre risas — al metafórico de ‘Don Ding-Dong’, de melodía esquizofrénica para transmitir la personalidad obsesiva de su casero: “nos llamaba a la puerta cada vez que pasaba debajo de casa, subía y entraba a ver cómo teníamos la casa. El timbre estuvo vetado los siguientes meses porque pensábamos que era él todo el rato”, recuerdan. El hard rock setentero es el vehículo perfecto para conducir la rabia y la incisiva ironía, “marca de la casa”, que denuncia los tejemanejes de la industria en ‘Bienvenidos al circo’, — “cuando sois cuatro en la banda, un manager que cobra el 20%, gastos por cada bolo, porcentajes estipulados, se te acercan para conseguir cosas… Te pones a echar cuentas y ves que no sale. Te van quitando la ilusión”—  o en ‘Damos gracias a Dios’, donde caricaturizan a “una persona que trabajó con nosotros, no queremos desvelar quién es, pero puede hablar de muchas”, entre los vientos de Luis Soler —“que le dan un rollo ska”— y un estribillo que bebe del poso futbolero del rock argentino en pos de la celebración: “ahora que ya estás tan lejos / damos gracias a Dios”.

Habituales en su cancionero, el elepé no escatima en ofrecer suculentos tándems de canciones siamesas como ‘Ven a buscar conmigo’ —“habla del paso del tiempo. Parece que intentamos ahorrar  tiempo todo el rato, y al final vas a palmar. Es una paradoja constante”— que termina diluida en ‘Si esto acaba aquí’, ambas en la onda del cool jazz: “la compuse el día antes de que nos encerrasen, por eso hay tanta incertidumbre”. El momento “góspel en Las Vegas”, apunta Conti, de ‘A quién robé, cómo y qué’, ligado a ‘Scherzo’, que, en tono cómico, “scherzo significa broma en italiano”, ofrece un viaje de estímulos pop marcados por el diálogo guitarra-piano en menos de tres minutos de duración: “la compuse a medias con Pozo, que es otro friki de las melodías”, aclara Íñigo. Su querencia por el eclecticismo se plasma en ‘Suelo ver a una niña’, dulce nana introspectiva que narra “un desamor de Germán. Esa letra es suya”, y ‘¡Ay, que no me pique el tábano!”, de reminiscencia cubana, que tiene la función de “refrescar, descomprimir”, indica Conti. Un tema que bebe de Los Tres Reyes— “me gustan mucho por mi padre y mi abuelo”, cuenta Íñigo —que engaña con una metáfora del amor, para hablar de un episodio que el propio Bregel vivió en una ruta por la montaña: “me remangué los pantalones, me quité la camisa, mi tío me advirtió de que me iba a picar el tábano, lo que al final ocurrió. Más que picar dolía, sangré. Lo grabé en una nota de voz y salió la canción”, recuerda.

Dentro de sus consabidos giros en los ritmos, ‘Una risa buena, una risa sincera’ es el encuentro del rock progresivo, “el momento Fórmula 1, la excusa para pisar la distorsión” señala Conti, con un estribillo obra de la más fina orfebrería pop en la senda de sus venerados Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán. La novedad llega en el surrealismo psicodélico aliñado con groove setentero e italodisco que ambienta escenas propias del cine Blaxpoitation en ‘Il loro piano’, donde Andrea canta en italiano para acentuar el “rollo mafioso” de una historia real ocurrida en La Nestosa: “ahí se cultiva marihuana, y unos chavales de otro pueblo intentaron robar hierba. Al final, los propios vecinos acabaron llamando a la policía y los chavales acabaron detenidos. Guardamos hasta el recorte del periódico”, narran. ‘Lascia il tuo nomo’, el segundo de los temas que interpreta en italiano, cierra de forma solemne el elepé con un Conti que juega a ser Pavarotti: “aún no la puedo cantar, me cuesta. No estoy acostumbrado a tocar y cantar a la vez”, confiesa.

Sin una idea aún predeterminada sobre los directos, “la idea principal era defender el disco de principio a fin, pero como es más complicado, lo vamos a mezclar con temas de otros discos. Iremos probando”, Los Estanques se enfrentan a la presentación de Uve conscientes del riesgo asumido —“no podemos echar la culpa al público, quizás la tenemos nosotros por hacer la música que hacemos”— pero con la valentía de dar “un paso sólido a lo que queremos ser. En vez de subir un escalón más, nos hemos ido al lado oscuro. Pero eso somos nosotros”. En el circo de la industria musical, lo raro es no corromper la autenticidad.