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La distopía boogaloo de Los Malinches

La banda murciana presenta Planeta Náhuatl, una distopía futurista a ritmo de rock de esencia latinoamericana

 

MARÍA CANET

Todo proceso de conquista implica destrucción. La paradoja del nuevo comienzo, donde  la alteración de la naturaleza resulta imprescindible para la vida en sociedad. Un orden donde lo humano se diluye entre la rigidez de las normas, ruido y contaminación. Después de saquear los cinco continentes durante siglos, queda el espacio. Hallar un nuevo planeta en el que replicar viejas prácticas. Una odisea distópica, cada vez más verosímil, que Los Malinches musicalizan en Planeta Náhuatl (Lunar Discos, 2022), su nuevo álbum. “Si algún día llega a ocurrir, no creo que sea muy distinto a lo que fue la conquista de América, donde básicamente se fue a hacer el mal”, afirma Alberto Charro (voz y batería).  Un paralelismo que remite al nombre de la banda murciana —“el Náhuatl es la lengua prehispánica que se hablaba en lo que hoy es México. Malinche fue la indígena que hizo de intérprete a Hernán Cortés durante la conquista y que posteriormente fue su esposa”— y a su esencia musical, marcada por el rock latinoamericano de los sesenta, el garage o la psicodelia, que remite a grupos como Los Yetis o Los Locos del Ritmo.

Aunque el acento murciano se camufle en sus latinizadas voces —“no veas lo que nos cuesta pronunciar la “S”, bromean— la formación surgida en 2016 reivindica esa impronta como algo natural:  “nuestros padres escuchaban a Los Panchos, Armando Manzanero… Siempre hemos estado con un ojo, corazón y sentimiento al otro lado del charco. La mujer de Alberto es mexicana, ha viajado mucho allí…”, explica Vicente Navarro (teclados). El exceso de información respecto a bandas británicas o norteamericanas, y el descubrimiento, gracias a internet, “de que existía algo así en nuestro idioma, con esa infinidad de bandas que hay en Latinoamérica”, acabaron por definir su propuesta, genuina en lo musical, pero también en lo lírico. Grabado en los estudios MIA de Murcia, bajo la producción del propio Alberto y de Antonio Illán, Planeta Náhuatl alerta sobre los peligros del cambio climático a ritmo de bogaloo. El resultado es un sugerente contraste entre vitales y alegres melodías y un mensaje con cierto tono apocalíptico: “queremos recuperar las reivindicaciones (ecológicas, de derechos humanos) que se hacían en los sesenta dándole ese toque de baile. Que no se pierda la alegría, porque es lo que hace falta hoy en día”, sentencia Vicente. Aunque los sesenta sean la referencia absoluta, el conjunto ha modernizado su sonido gracias a las comodidades que ofrece lo digital: «grabamos los dos primeros discos de forma analógica, pero había limitaciones que nos pesaban; teníamos la sensación de que a ciertas personas les costaba entrar en ese sonido sesentero. En esta ocasión, seguimos usando instrumentos de los 70, pero hemos utilizado un estudio más profesional. Con este tercer disco queremos llegar a más gente», señala Alberto.

“Queremos recuperar las reivindicaciones que se hacían en los sesenta dándole ese toque de baile»

Un álbum conceptual que empezó a esbozarse con su antecesor, Piel de Lince (autoeditado, 2020), donde temas como ‘Biónicos’ o ‘Abrir la Mente’ ya fantaseaban con un futuro distópico: “antes de terminar ese disco, Juanma, el bajista, ya atisbaba a un personaje que tenía que abandonar la Tierra. La grabación de Piel de Lince se interrumpió por la pandemia, así que aprovechamos el confinamiento para componer los temas de este nuevo disco bajo esa premisa”, explican. Un viaje que comienza con la idealización de lo que “debería ser la vida”, a través de sonidos que buscan la conexión con la naturaleza (cánticos de pájaros, grillos, la flauta travesera de Cecilia Aguilar y una percusión tribal, “típica de La Loma, en la huerta murciana. Nuestro percusionista, Miguel de La Ira, es de esa zona”) en ‘La Nube Negra (Ya Se Aleja)’ y ‘En el Bosque’, temas que abren el disco. Progresivamente, “se va complicando todo, hasta acabar fuera”, confirma Alberto entre risas. El frenético ritmo de vida en las grandes ciudades queda recogido en ‘Todo Corre’, de guitarras santaneras obra de Pablo Perejil, que, junto  ‘Amor Salvaje’, tema acústico que es el más reposado del elepé, conforman las dos versiones incluidas en esta ocasión. La primera, original de Agrupación Galaxia, grupo de Guatemala; la segunda una revisión de la versión que los chilenos Los Picapiedras elaboraron del ‘Wild Love’ de Herman’s Hermits. Recurrentes guiños al pasado con los que el conjunto pretende “rescatar canciones y grupos que no se conocen. Nos gusta hacer  “arqueología musical” a modo de recordatorio”, incide Vicente. Una labor que Alberto disfruta “casi más que componer, porque las cambiamos totalmente. Siempre buscamos la canción rara o la transformación absoluta”.

‘El Árbol’, corte más animado gracias al fuzz, señala la culpabilidad humana, mientras la lisérgica ‘Campamento Espacial’, con teclados marca Ray Manzarek, anticipa es éxodo espacial: “buscábamos un sonido similar a algunos grupos de los setenta como Shocking Blue en el ritmo de guitarras, pero es verdad que a los Doors los llevamos todos en la sangre; nos juntamos haciendo versiones suyas”, cuenta Vicente. ‘Planeta Náhuatl’, con una sugerente parte instrumental donde la melodía tribal vence para sorprender con un crescendo de eléctricas y fuzz, representa el hallazgo de un nuevo lugar que corromper: “ya estamos dentro de la ciencia ficción. El  capitalismo está funcionando y no se puede parar”.  Un recorrido que bebe de películas de ciencia ficción como La Guerra de las Galaxias o de libros como  Las Enseñanzas de Don Juan, de Carlos Castaneda con sentido antropológico para la “ búsqueda del conocimiento y de mejorar como seres humanos”. La surfera ‘La Patrulla’ y ‘Epílogo’, con guiños a la samba, son la sentencia final para una humanidad sin remedio. Sin embargo, «si le ponemos voluntad y si queremos menos dinero”, apunta Vicente, aún hay tiempo para aferrarse a la esperanza. ‘No es Tan Difícil’ cierra el disco con optimismo. En manos humanas está decidir si esta odisea malinche permanece en el terreno de la ficción o acabará, una vez más, por convertir la distopía en realidad.