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Los Zigarros: el vértigo del rock and roll

La banda valenciana se aproxima al rock norteamericano y aborda las diferentes fases del amor en su nuevo disco bajo la producción de Leiva

 

MARÍA CANET | IVÁN GONZÁLEZ

Ovidi y Álvaro Tormo (Valencia, 1980 y 1983) recuerdan sus primeros conciertos en la capital como si fuera un sueño lejano. Una lluviosa noche de diciembre de 2013, presentaban su debut como Los Zigarros con un doble pase en el subterráneo escenario de la sala Costello: “ahora no podría hacer aquello”, confiesa Álvaro. “Si tuviéramos que tocar mañana con una guitarra delante de cuarenta personas, me cagaría” añade Ovidi. Hace más de una década que los valencianos tomaron el testigo del rock clásico de cadencia stoniana que en España portaron pioneros como Tequila o Los Rodríguez, a los que siguieron M-Clan, más en la onda sureña, o Pereza, en un momento en el que el indie monopolizaba la industria musical. El éxito llegó rápido, pero no pronto, sobrepasada la treintena, tras curtirse en los escenarios con formaciones como Los Perros del Boogie: “en la primera gira hicimos 100 bolos en un año. Alguno incluso sin cobrar” confiesan dos músicos que han llenado La Riviera, el WiZink Center o teloneado a los Rolling Stones y  AC/DC. Diez años de carrera en los que el vértigo, en ocasiones con sus cosquillas en el estómago y a veces con sus nudos de incertidumbre, les ha acompañado en lo profesional, pero también lo personal. Un vértigo que es el motor de Acantilados (Cultura Rock Records, 2023), su nuevo disco producido por Leiva.

Fueron varios los vacíos a los que se asomaron los hermanos Tormo a la hora de abordar este cuarto disco. El primero, el de la producción; después de grabar tres discos con Carlos Raya, necesitaban “otra mirada. No ha habido ningún problema con Carlos, simplemente el ciclo se terminó”, aclaran. Fue entonces cuando su amigo Leiva entró en la ecuación: “nos preguntó que por qué le llamábamos a él si él trabaja con Carlos. La verdad es que tampoco hay mucha diferencia”, cuentan entre risas. Grabado en Estudio Uno (Colmenar Viejo, Madrid), con instrumentos analógicos  —“somos muy freaks en ese aspecto”—, el elepé tantea varios estilos (soul, gospel, funk, cabaret, americana) que Leiva ha sabido cohesionar —“su visión ha sido fundamental”— bajo el paraguas del rock and roll: “nos gusta en todas sus ramas”, afirman ambos. ‘100.000 Bolas de Cristal’, tema con guiños al disco de los setenta y que se compuso para su anterior trabajo, Apaga La Radio (Universal Music Spain, 2019), abrió una nueva etapa para la banda valenciana: “salvo los rockeros, que nos decían “¿qué es esto?”, el resto reaccionó muy bien. De los temas que le enseñamos a Leiva, era el que más le interesaba. Vio que habíamos abierto una puerta y a partir de ese momento salieron todas las demás”, narran Álvaro y Ovidi.

A Leiva les une también su amor por Tom Petty, al que llegaron a ver en directo en Hyde Park tres meses antes de su muerte, y cuya influencia ha otorgado un poso más norteamericano al álbum. ‘Aullando en el desierto’ o en ‘Mis Ojos’ son la prueba: “cuando sonaban los primeros acordes a todos se nos ponía una sonrisa en la cara porque casi era como si el propio Petty estuviera en el estudio”, comenta Álvaro con emoción. El rock sureño de guitarras sucias y distorsionadas a lo Steppenwolf, ZZ Top, Black Crowes o Blackberry Smoke, está presente en composiciones de espíritu de carretera como la fogosa ‘Casarme Contigo’ o la propia ‘Acantilados’. No abandonan, sin embargo, a sus adoradas Satánicas Majestades, esta vez en su vertiente más setentera (Sticky Fingers, Exile on Main Street), con esa cercanía al soul en  ‘No pain, no gain’: “hemos contado con un coro gospel de Madrid (Gospel Factory). Ha sido increíble ver trabajar a 9 personas y ver hacia dónde se han llevado los temas”, narra Ovidi. Los teclados —“dan un frescor acojonante al disco”—  son los absolutos protagonistas a nivel melódico. Desde ‘Por Fin’ que con su aura gospel se aproxima a la Nueva Orleans de Dr. John, a ‘Cómo Quisiera’, noctámbula y cabaretera, con aroma a Tom Waits, sin olvidar ‘Barcelona’, corte más Beatle que resulta un híbrido entre las estructuras operísticas de McCartney y el misticismo de Lennon y que cuenta con la colaboración de Juancho (Sidecars).

El amor es sin duda el gran protagonista a nivel lírico, debido al momento “tan potente” que atraviesa Ovidi, autor de la mayoría de las letras: “empezaron a salir tema tras tema”, confiesa. Desde la euforia del enamoramiento inicial que se recoge en ‘Aullando en el desierto’, ‘Acantilados’ o ‘Casarme Contigo’, a la aparición de los problemas y el sufrimiento (‘Mis Ojos’, ‘Cómo Quisiera’). La cruda ‘El Monstruo’ con un Ovidi que se muestra más vulnerable que nunca acompañado por el piano, un tímido sintetizador y un pausado solo de eléctrica, expone los miedos y vértigos que aparecen como viejos fantasmas ante un sentimiento que arrasa pero que puede ser demoledor; el vértigo, de nuevo en primera plana: “nunca había compuesto una canción tan íntima. A mucha gente le parece la mejor canción, lo cual nunca hubiese imaginado, y es por la letra. Cuando de verdad dices algo, conectas”. Sin reparos, muestran también lo dura que es, en muchas ocasiones, la vida del artista en cortes como ‘Por Fin’, (“parar el zeppelin si quiero vivir/ me está sobrando rock and roll/ahora sé que caí y me convertí en la sobra de lo que algún día fui”)  o ‘Rock Rápido’ (empezamos a tocar/nunca estaba en casa ya/ me volví un extraño para los demás/ dentro, fuera es imposible encajar/ ¿quién soy yo?”), con un inicio que recuerda a The Who y que, según ellos, define: “muy bien lo que somos y de dónde venimos. Estás todo el rato preguntándote quién eres, ayer molaste pero hoy no”.

Con la cabeza ya en llevar la complejidad musical a los escenarios, —”en principio seguiremos tocando nosotros junto a Nacho Tamarit (bajo) y Adrián Ribes (batería). Ovidi va a compaginar las guitarras con los teclados” — apuran sus cervezas y ensalzan con orgullo del panorama del rock español actual: “hay artistas como Maika Makovski, o grupos como Santero y Los Muchachos o los Derby Motreta’s Burrito Kachimba que están haciendo cosas increíbles. El rock and roll siempre está bien, lo que no está bien son los medios de comunicación que no hacen caso al a todo lo que no sea el mainstream del momento ”, sentencian. Entre el vertiginoso abismo y el infinito, el rock and roll es ese acantilado al que no se dejarán de asomar.