‘Exile on Main St.’ un disco que hizo historia
Exile on Main St. fue la culminación de diez años de experimentación y de búsqueda de un estilo propio
JUANJO RIESGO
«Entonces, éramos jóvenes, guapos y estúpidos. Ahora, sólo somos estúpidos«. Mick Jagger recordaba la genuina esencia que en 1972 desprendían los Rolling Stones. Ese fue el año en el que lanzaron Exile on Main St. su disco más caótico y brillante. Entonces gozaban ya de un éxito mundial, pero aquel álbum supuso la consolidación de su sonido.
Sobre ese momento de la historia del rock & roll centra el tiro Stones in exile (2010), el documental dirigido por Stephen Kijak. El albúm comenzó a grabarse en julio de 1971 en Nellcôte, una enorme casa alquilada por Keith Richards en el sur de Francia tras la decisión del grupo de abandonar Inglaterra por las presiones fiscales. La historia ha demostrado que ese exilio fue más que productivo. Pese al irregular ritmo de trabajo y a las pobres infraestructuras, los Stones supieron imponer su talento a las desfavorables condiciones. Las sesiones de grabación eran caóticas, Keith Richards pasaba por un momento de completa sumisión y dependencia de las drogas, por lo que el grupo se debía adaptar a las necesidades de éste. En cuanto al “estudio”, se acomodó el sótano de la mansión para convertirlo en local de grabación, desviando los suministros eléctricos de una estación ferroviaria aledaña puesto que los propios de la casa eran insuficientes. Tras estas sesiones, las canciones se terminaron de mezclar en Los Ángeles, bajo el sello Sunset Records.
El disco abre con “Rocks Off”, y pone toda la carne en el asador. Puro sonido ‘stone’. “Rip This Joint” sube el termostato: guitarras eléctricas a toda velocidad, Mick cantando como si le fuera la vida en ello, el saxo de Bobby Keys teje salvajes solos, Wyman y Watts crean una base rítmica solo comparable a las bandas de jazz que tanto admiran. “Shake Your Hips” empieza con un riff de lo más sureño por parte de Richards, como harían posteriormente ZZ Top con su “La Grange”. “Casino Boggie” baja la marcha para encarar con fuerza el primer single del disco y un tema imprescindible en el repertorio del directo, “Tumbling Dice”. Estribillos gospel, coros femeninos y guitarras impecables hacen de este tema una pieza musical perfecta.
Por aquellas fechas, Richards disfrutaba de la compañía de Gram Parsons, quien además de acompañarle en sus actividades narcóticas, introdujo a Keith en el mundo del country. El guitarrista de los Stones se vio tan fascinado por esa vertiente musical que “Sweet Virginia” puede ser considerada una de las canciones más puras de este género con el siempre presente saxo de Keys. “Torn And Frayed” y “Sweet Black Angel” mantienen el nivel del disco, y llega “Loving Cup”, otro himno ‘stoniano’ que años (y décadas) más tarde interpretarían junto a Jack White.
Keith Richards toma las riendas de la voz con el single del álbum, “Happy”, otro tema de cercana perfección sonora. Vuelta al country con “Turd On The Run” para dar paso al pegajoso riff de “Ventilator Blues”, la única firma de Mick Taylor como compositor de los Rolling Stones. “I Just Want To See His Face” es un experimento no demasiado concluyente que provoca una ligera caída de la intensidad, pero “Let It Loose”, reengancha al oyente. Pese a ser un tranquilo medio tiempo, el sentimiento que transmite la voz de Jagger mueve montañas.
“All Down The Line” retoma el rock’n’roll clásico, con un Mick Taylor sobresaliente al guitar slide. Mick Jagger haciendo gala de su habilidad con la armónica encara “Stop Breaking Down”, una versión del mítico bluesman Robert Johnson. Para cerrar el álbum tenemos la balada “Shine A Light”, acompañada de piano y hammond; desde luego otro gran hit de ‘Exile on Main St.’. La guinda de semejante pastel es “Soul Survivor”, sonido ‘stone’ en su máximo esplendor. Un disco imprescindible en cualquier estantería de cualquier casa. Un disco que hizo historia. Un disco perfecto por su imperfección.