Lo que pasó cuando Joni Mitchell se quitó su vestido azul
Blue, un bálsamo sanador contra la tristeza al que es imposible no regresar en estos tiempos
RAMÓN GARCÍA
Cuentan que cuando Kris Kristofferson terminó de escuchar Blue (1971) le dijo a la autora “¡Joni, guárdate algo para ti¡” Este simple comentario nos sitúa ante el tsunami emocional y personal que la cantautora canadiense descargó en su cuarto trabajo de estudio. Tenía solo veintiocho años, pero una enorme colección de vivencias a sus espaldas.
Joni Mitchell (Canadá, 1943), es una de las artistas más respetadas de la historia de la música popular y se introdujo en el folk inspirada por Pete Seeger, pero muy pronto descubrió también la magia de Miles Davis, consiguiendo que cierta influencia jazzística calase en su música desde sus inicios. En sus tres primeros trabajos, Song to a Seagull (1968), Clouds (1969) y Ladies of the Canyon (1970) ya se destapó como una magnífica compositora, algo que no pasó desapercibido para David Crosby, que ejerció como su primer productor. Con él y con Graham Nash, con quien mantuvo una relación en las fases previas a Blue, se integró en la élite del vecindario de Laurel Canyon. Este último la sitúa presenciando nada menos que el nacimiento del más famoso trio vocal de la historia: Crosby, Stills & Nash.
La importancia de Blue viene, quizá, por los dos niveles en los que su autora nos muestra su melancolía y tristeza: el universal y el personal. Ya habían pasado el verano del amor y Woodstock –al que ella había cantado, aun sin haber podido asistir–, y los Beatles se habían separado. Joni salía de una ruptura y decide algo poco común en una mujer de la época: revelar infinidad de detalles de su vida íntima a través de sus canciones.
En ‘All I Want’ ya suelta perlas como “quiero destrozarme las medias en un trampolín”, y aún más impactantes son ciertas partes del tema homónimo (“Ácido, alcohol y culo; agujas, pistolas y hierba; un montón de risas”). Pero donde parece romperse en mil pedazos es en la dulce balada ‘Little Green’, dedicada a la hija que tuvo que dar en adopción en su juventud. En ‘Carey’ cuenta sus experiencias en una comuna hippie en Creta, durante el viaje a Europa que aprovechó para escribir la mayoría de estas canciones y en el que, además, aprendió a tocar el dulcimer de los Apalaches, que en este trabajo se torna un instrumento tan significativo como las guitarras acústicas o ese piano que Joni siempre dominó a la hora de acompañarse. Especial mención para la folkie ‘California’ o el pseudo villancico ‘River’, su tema más versionado, incluso por tótems del jazz como Herbie Hancock.
La producción de Blue, asumida por la propia Mitchell, es nítida y cristalina, llevando ella todo el peso de la instrumentación, salvo puntuales colaboraciones de Stephen Stills y James Taylor en guitarras y Russ Kinkel en la batería. Como siempre, su afinada y prodigiosa voz destaca sobre todo lo demás, pero también las afinaciones abiertas de su guitarra, así como la rítmica de sus canciones, siempre alejada de los estándares del pop.
En definitiva, Blue es un disco para el que, si queremos estar a la altura de su creadora, hay que darlo todo, rindiéndose a su escucha una y otra vez.