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La grandeza de los festivales pequeños

Un feliz deambular, conciertos sin solapes, cercanía con el público y diálogo con el patrimonio y la cultura local

 

RAQUEL ELICES

Las ardillas más festivaleras se preparan para la nueva temporada. Las citas musicales que se extienden a lo largo y ancho de nuestro país regresan con toda su pirotecnia, abarrotadas de grandes cabezas de cartel y con el entusiasmo de los reencuentros. De O Son do Camiño a La Mar de Músicas; del Vida Festival al Canela Party. Este verano, muchos podrán volver a recorrer nuestra geografía saltando de festival en festival.

Encaramados en lo alto del más frondoso, algunas de esas ardillas han comenzado ya su periplo con el Primavera Sound, uno de los árboles festivales más frondosos y robustos del panorama nacional que ha vuelto con las ganas desatadas. El año pasado se les hizo un poco de embudo. Gente, gente y más gente. Los primeros días era como si el más de medio millón de personas que se esperaba que pasasen a lo largo de sus 12 jornadas de conciertos hubiesen decidido ir todos a la vez. El mastodóntico recinto se les quedaba pequeño ante una masificación incomoda e inabarcable que, solo para algunos, logró salvar la música.

Afortunadamente, el efervescente bosque festivalero que crece en nuestro país es muy diverso. Citas como las del Gigante, el Santander Music, el Gijón Sound, el Vida Festival o el WOMAD, dan muestras de que, casi siempre, menos es más. Las ventajas de un festival pequeño (en comparación con gigantes como el Mad Cool o el el Arenal Sound) son muchas. Desde el feliz deambular de sus asistentes al disfrute de un recinto en zonas naturales -sin césped artificial-, colas asumibles y eventos que van más allá de la música, dialogando con su entorno, maridando con la gastronomía y dando cuenta del patrimonio de las localidades en las que se celebra.

El placer del feliz deambular festivalero: Palencia Sonora

¿A caso se nos ha olvidado ya que hay vida más allá de las grandes capitales musicales? Coincidiendo siempre con las fechas del Primavera Sound, hace 20 años ya que se celebra el Palencia Sonora. Un festival que ha ido creciendo en los últimos años, con un cartel cada vez más atractivo, pero que ha sabido mantener la esencia de lo pequeño. Todo aquí parece más liviano para una ardilla festivalera que busque cercanía, comodidad y la sensación de no sentirse uno más entre la masa.

Tampoco faltan árboles en el Parque del Sotillo, un espacio lleno de naturaleza, a las orillas del río Carrión, en el que se encuentran los dos escenarios principales y donde este año podremos ver a Angel Stanich, Carlangas, Sidonie, Baiuca, Niña Polaca o Ginebras. Más allá del recinto, el festival se abre a la calle con conciertos gratuitos como los de Morreo, La plazuela o los palentinos Coco Wine, repartidos por el centro histórico y monumental de la ciudad palentina.


Aquí todo fluye sin aglomeraciones. Hay vermús solidarios, talleres para los más pequeños y exposiciones. Los organizadores han sabido combinar hábilmente el pulso de la ciudad y su patrimonio natural y artístico con una programación que cuenta con los grupos españoles con más tirón del momento y bandas internacionales no siempre tan evidentes, como los franceses Rinôçérôse, que actuaron en 2017, el dúo británico Monarchy o el alemán Roosevelt.

Solo en estos espacios más reducidos, más fluidos, tienes la oportunidad de cruzarte con tus artistas favoritos, quién sabe si tomándose la última en el Universonoro o de vermú en la Plaza Mayor. Disfrutar de una artista como Zahara a tan solo unos centímetros de distancia cambia la perspectiva de un festival al uso y hace más fácil y accesible estas citas. Palencia Sonora comparte la esencia de aquellas primeras ediciones del Sonorama, cuando acceder a la Plaza del trigo con facilidad y sin agobios aún era posible. Aquí puedes recuperar esa magia, sustituyendo la mítica plaza de Aranda de Duero por la Plaza de San Miguel de Palencia.

La vida más allá de las grandes capitales musicales

Un evento abarcable no solo para el público, que puede acudir a todos los conciertos sin solapes, sino para las propias bandas y los organizadores, que empatizan con los asistentes, lejos de la frialdad de los grandes recintos, convirtiéndose en uno más y siendo capaces de entender las motivaciones y reaccionar antes a las necesidades del momento.

También es fundamental entender la importancia de estos festivales, que tienen lugar fuera del circuito de las grandes capitales, como motores económicos y turísticos. Eventos que ayudan a situar en el mapa muchas ciudades de la España vaciada y ponen en valor su riqueza cultural, tantas veces olvidada.


El Palencia Sonora, pero también el Contemporánea de Alburquerque, el Pirineos Sur de Huesca, el Fort Festival de Girona, el Ebrovisión de Miranda de Ebro… y así decena de festivales de pequeño formato más, dan cuenta de que hay vida y música más allá del Primavera Sound.

Citas con la música en las que más allá de la apuesta por grandes cabezas de cartel, también hay una sensibilidad por el bienestar del público, cada vez más familiar y diverso, que busca eventos sostenibles, que se relacionen con su entorno y atiendan a algo más que la mercadotecnia del exceso al que nos tienen acostumbrados los festivales de altos vuelos. Las ardillas quieren seguir saltando, pero a poder ser que no se partan las ramas del árbol.