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Linda Ronstadt: la cigarra que canta con la mirada

Con 30 álbumes de estudio en el mercado y millones de copias vendidas, hoy la artista de 77 años vive sin voz a causa del párkinson

 

CONCHA G. VARELA

Sus ojos marrones. Ellos son el espejo de su rabiosa inocencia, de su talento ecléctico. La mirada de Linda Ronstadt unifica la polaridad, reúne a los extremos. La que muestra en la portada de Hasten down the wind (1976) en poco se parece a la de Heart like a wheel (1974). Ocurre lo mismo con la música que se incluye en ambos discos. En el primero recupera el rockabilly de Buddy Holly, y en el segundo sucumbe a los bajos de su icónica canción ‘You’re no good’. Ronstadt es eso: mezcla, evolución, recuperación, adaptación a las tendencias. Pero, ante todo, es voz: una con carisma, tan suave en ‘Blue Bayou’ como para escucharla en el salón de casa mientras atardece, tan potente en ‘So right, so wrong’ como para hacer vibrar a miles de personas. Y una voz cultivada desde la cuna.

Nacida el 15 de julio de 1946 en Tucson (Arizona), Ronstadt tiene antecedentes alemanes y mexicanos. Sus rasgos le trajeron algún problema, en una época en la que el racismo estaba a la orden del día, y más aún al sur de los Estados Unidos: «Arizona era bastante racista, pero creo que hoy día ha empeorado», confesaba la cantante a The New York Times en una entrevista en 2019. Siempre tan crítica, tan entregada a la sinceridad. De familia melómana, su infancia se definió en gran parte por permanecer a la radio, sin imaginar nunca que ella, años después, sería la que sonaría de forma incesante en dicho aparato. De sueños se vive, y Ronstadt los tuvo a la Americana: junto al guitarrista Bob Kimmel, que conoció en la universidad, se fue a Los Ángeles, con el objetivo de triunfar en la música y tan solo 25 dólares en el bolsillo. Hoy, su patrimonio es millonario.

«A Ronstadt nunca le gustaron las etiquetas: no entiende que su música haya sido una mezcolanza de sonidos eclécticos»

Allí conocieron al también guitarrista Kenny Edwards, y crearon The Stone Poneys, banda que cultivó un folk taquillero, que le permitió a Ronstadt rodar por el panorama musical californiano: saltaron a la fama con la canción ‘Different drum’ (1967). Una aventura, hasta que decidió continuar como solista. Siempre tan independiente, tan dulcemente sola (salvo por ciertos romances con Mick Jagger, George Lucas o Jerry Brown, nunca se casó, ni lo anheló).

La llegada a los años 70 le hicieron flirtear con el country rock, adaptando su estilo a otras influencias del rock y de la new wave. También se rodeó a veces de mujeres tan potentes como ella para seguir formándose, experimentando: junto a Dolly Parton y Emmylou Harris lanzó en 1987 Trio. Aunque a Ronstadt nunca le gustaron las etiquetas: no entiende que su música haya sido una mezcolanza de sonidos eclécticos, sino que tal y como opinaba en aquella entrevista de 2019, «siempre me he considerado una cantante de baladas». Véase lo pausado y sensual de ‘Long long time’, u otro de sus éxitos: ‘Don’t know much’, interpretado junto a Aaron Neville, y donde Ronstadt se reivindica como una admirable mezzosoprano.

La artista ha lanzado durante su carrera cerca de 30 álbumes de estudio, así como 15 recopilaciones. Ha cosechado una repercusión de éxito, reflejado en millones de copias vendidas: cuando lanzó en 1974 Heart like a wheel llegó a superar en ventas a Led Zeppelin o a Elton John. De hecho, en 1978 la revista Rolling Stone la definió como «la cantante de rock más conocida de los Estados Unidos». Alguna vez la tildaron como «la mujer mejor pagada del rock». Su repercusión era inevitable: se trataba de una mujer con talento en un mundo de hombres, cuya necesidad de contar historias, unida a un carisma definido por un alto compromiso y activismo social, le permitían contar en cada canción e interpretación con un éxito comercial. Con su voz, sus ojos marrones y sus pantalones Levi’s cultivaron, en una ocasión, cinco discos platino consecutivos.

No se debe mencionar la repercusión de Ronstadt sin, quizá, su proyecto más peculiar, a la vez que aplaudido: Canciones de mi padre. Le hizo un homenaje a quien, de alguna manera, le inculcó el amor por la música, y quien vivió como un cantante frustrado. La artista ha explicado en más de una ocasión que aprendió a cantar en español, y bien le influyeron The Eagles o Elvis Costello que bebió del folclore mexicano. Recopiló en este álbum, que lanzó en 1987, una serie de rancheras, entre ellas ‘La cigarra’ o ‘Y ándale’, que la convirtieron en una figura clave de la escena musical mexicana.

Ronstadt cantó, cantó y cantó sin filtro ni descanso. Cantaba, decía, por las mismas razones «que los pájaros: para una pareja, para reclamar su territorio, o simplemente para seguir viva en un hermoso día. Para que las generaciones venideras no olviden lo que la actual soportó, soñó o deleitó». Hija de su tiempo, uno donde el verso libre rejuvenecía lo que en épocas anteriores se guardaba por timidez o desinterés, Ronstadt cantó. Un verbo en pasado, pues en 2012 anunció que sufría Párkinson. Hoy, a sus 77 años, sigue luchando con dicha enfermedad, que le arrebató la voz pero no su talento ambicioso e incombustible, ni la pasión por seguir entonando canciones, aunque sea con la mirada: «Aunque sea con mi propia mente», dice.