Lo último de Camellos: ser un bromista es un oficio muy serio
La banda afincada en Madrid te invita a reservar habitación en la gira de su «Gran Hostal»
PAULA PÉREZ DE LEMA
Cuando a Jorge Martínez, líder de Ilegales, le preguntaron de dónde venía el famoso “soy un macarra, soy un hortera / voy a toda hostia por la carretera”, dijo que era una respuesta a los ripios de cantautores que en los setenta escribían cosas como “soy palomo torcaz, dejadme en paz”, de Joan Manuel Serrat. Pero, ¿qué pasa cuando el ripio, lo facilón, es, precisamente, lo genial de una letra? Es lo que ocurre con el último disco de Camellos, Gran Hostal (Ernie Records, 2024).
Desde el principio del álbum, no son necesarios más de diez segundos para dejar pillado al oyente: en el primer tema, ‘Pincho’, empiezan con “Volviendo a casa / churro picante, kebab con chocolate”. Y así continúan en todos y cada uno de los temas del trabajo. La banda presenta once canciones como once historias, a veces rocambolescas, otras macarras y mordaces en todas las ocasiones.
De Camellos siempre se ha dicho que son unos bromistas expertos. Cuando aparecieron por primera vez con Embajadores (Limbo Starr, 2017), las canciones ‘Gilipollas’ o ‘Ejecutivo Estresado’ les situaron como una banda de garage rock interesantísima, pero sobre todo como unos cachondos mentales. Ahora, demuestran que se pueden hacer bromas estando totalmente en serio, tanto en las letras, como en el sonido.
En Gran Hostal disparan a la crisis de la vivienda con ‘1900’, gritando “si eres un especulador, salta de un cuarto”, atacan al oficinista sospechoso que se aprovecha del trabajo de los demás en ‘Juan in the middle’: “Mira, mamá, una garrapata con barba y gafas” o tratan el separatismo con ‘Rompiendo España’, sin un alegato claro, dejando que cada uno saque sus propias conclusiones: “Dime ahora, si lo sumas, ¿somos una o son cincuenta y una?”.
Si Gran Hostal fuese una pensión real, tendría guiris dándole la noche al resto de huéspedes
Transitan entre el rock y el punk pegándole fuerte a las guitarras, con algunas letras más habladas que cantadas, en un disco que podría haberse grabado en directo por lo crudo y lo espontáneo, una técnica que ya utilizaron en trabajos anteriores como Arroz con cosas (Limbo Starr, 2018) y que ahora perfeccionan gracias a una producción mucho más cuidada de la mano de Bernardo Calvo, maestro de ceremonias en publicaciones de Depresión Sonora, Kokoshca o La Trinidad.
Poseídos por el espíritu de Miguel Noguera, pegando chillidos que nadie se espera como Ignatius, Camellos se convierten en maestros del storytelling más loco, agentes del caos y el descoloque absoluto. Queridísimo Jorge de Ilegales, no hay ripios: son cinco chavales cantando “Loros, tengo loros / pájaros, pájaros de colores para todos” en bucle durante dos minutos y medio.
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La banda ha terminado de definir su estilo y afianza su posición como uno de los grupos más divertidos del panorama, ganándose un hueco junto a los pesos pesados, en ese triunvirato formado por Carolina Durante, Alcalá Norte y Biznaga. Podría decirse que se han marcado una camellada.
Si Gran Hostal fuese una pensión real, tendría guiris dándole la noche al resto de huéspedes, goteras y chinches de manta áspera, pero se acabaría convirtiendo en un lugar de culto, donde todo el mundo iría a hacer de todo menos conciliar el sueño. El espíritu del disco gira en torno a eso: hay algo siniestro en sus paredes, y es inquietante la movida, pero también es cómica, como una cara de Bélmez, como el grafiti que se hizo viral en pandemia donde podía leerse “Paz Padilla es el demonio”. Si estás pensando en verlos en directo, no le des más vueltas, dale: aquí tienes todas las fechas.