Nicola Cruz: la electrónica tiene un chamán
El productor de música electrónica que llevó el denominado Andes Step a lo más alto presenta su nuevo trabajo discográfico
DIEGO ARIAS
Desde los primeros pasos de la humanidad como especie existe algo que le lleva a conectar con los suyos, con su individualidad o con algo que va más allá de lo que su propio entendimiento le permite. El rito entonces se convierte en el momento propicio para ello, un vehículo empático y eficaz que permite al hombre reafirmarse y trascender.
La música de Nicola Cruz es la herramienta mística que ayuda en el ritual y eleva al estado de conciencia necesario para llegar a ese espacio intuido entre este mundo y el plano ancestral. Cruz goza de ser uno de esos artistas que de alguna manera traducen el folclore y las tradiciones culturales a las nuevas generaciones para hacerlas actuales y renovarlas. Para que no se queden empolvadas en las bibliotecas y en los museos si no que vuelvan a conectarnos como especie a través de rituales ancestrales todavía tan vigentes como el baile o la contemplación.
Siku (2019, ZZK Records), el segundo trabajo de estudio del productor francés aunque de alma y crianza ecuatorianas, expande su alcance contemplativo a otras culturas y artistas como Estaban Valdivia, Chato Castello Branco y Minuk. Todo sin olvidarse de la esencia que lo conecta con las máquinas que maneja con maestría.
El disco abre con un tema contundentemente rítmico, que corta el aire con melodías en staccato, interpretadas por el instrumento homónimo al álbum. Luego, éstas son apoyadas por golpes de tambores e intervenidas por una nueva melodía más a contrapunto. La instrumentación se desnuda progresivamente hasta volver al formato inicial de sikus en un descanso que es solo una calma aparente, ya que luego es atacada otra vez por los tambores que le llevan hasta el final.
El segundo tema que es el que da nombre al disco, combina un loop de percusión impecablemente producido sobre el que se desarrollan dos melodías a contrapunto y un bajo. En conjunto, van construyendo una atmósfera New Age que luego se complementa con la aparición de diferentes sintetizadores, cada uno con un atributo distinto que lo envuelven en un paquete que podría caber en una producción de un Ridley Scott muy ochentero. El tercer y cuarto corte del álbum llevan aires colombianos en su esencia.
“El diablo me lleva” parece un bambuco sureño que se nutre de una melodía principal interpretada por sintetizador con bastante ataque al más puro estilo de los punteos tradicionales, y una atmósfera construida por pads y otros colores tímbricos muy de ciencia ficción, creando un viaje que une lo más puro del folclore con la estridencia y la distorsión más electrónicas.
Por otro lado, “Hacia delante” es una cumbia al más puro estilo tradicional con tamboras, llamadores, palmas, gaitas y con el bajo casi como único aporte electrónico. Una de las tres canciones con letra de este último proyecto de Nicola.
“Criançada” transporta a un Brasil que parece distópico por momentos debido algunas intervenciones de algunos colchones armónicos y arreglos más digitales que parecen disonar con el despliegue de una samba tradicional. Es inevitable percibir las reminiscencias de artistas como Caetano Veloso y Jorge Drexler en esta canción.
“Voz de las montañas” es un viaje contemplativo al interior del caminante que enfrenta las cumbres. Un viaje lleno de murmullos electrónicos que parecen venir del aire que rebota en las faldas y los picos para luego filtrarse al interior de los pulmones, creando una sensación de espacio que se expande y se contrae con el ir y venir de la reverberación de la voz cantante. El silencio otorga una cadencia rítmica que convierte al ascenso hacia la cima en meditación.
Al llegar al séptimo y octavo tema el baile vuelve a tomar el control. El beat electrónico reina entre percusiones tribales, cítaras, columnas de aire, resonancias, semillas, platillos y palos de agua creando un una sensación de mantra y trance de atmósfera ancestral, misteriosa y algo ominosa.
“Señor de las Piedras” es un homenaje indígena intensamente electrónico que usa un ritmo galopante que se va transformando para crear diferentes sensaciones. De esta forma, dialoga con los distintos timbres melódicos. Un coro de dos voces en Nahuatl nos recuerda el núcleo conceptual de la canción.
En el penúltimo corte, una evocación al ensueño se apodera de los oídos con “Okami”, donde el balafón sirve de colchón al esqueleto rítmico del beat y las intervenciones de algunos samplers parecen traídos del antiguo cine de ciencia ficción recordando un poco a las películas de Hitchcock. El álbum finaliza con “Esu Esnia”, una afirmación fuertemente tribal de percusiones animadas y con colores alegres y melódicos de balafón contrastados por samplers disonantes y arpegiadores.
El conjunto de composiciones que conforman Siku crean un variado y precioso mapa de evocaciones musicales sin perderse de su raíz más latinoamericana. Es un paso más allá no solo en la exploración artística y cultural de Cruz tras el éxito en la escena internacional electrónica que supuso Prender El Alma (2015, ZZK Records), si no también una declaración que rompe sus propias etiquetas trascendiendo incluso lo que el denominó “Andes Step”. También se afirma como un productor maduro con temas mucho más orgánicos y tradicionales como lo son: “El diablo me lleva”, “Hacia delante” y “Criançada”.