Quentin Gas, un zíngaro errante entre dos mundos
El músico sevillano presenta su nuevo trabajo este 14 de febrero en el marco de Inverfest
MARÍA CANET
Fotografías: Ángel Bernabéu
Errante, sin un sitio fijo al que atarse, Quintín Vargas (Sevilla, 1982) confiesa frente a una cerveza “vengo de ser el más bluesman, rockero, no salía de ahí, de ese universo anglosajón”. Algo que no resultaría extraño si el músico no perteneciese a una consolidada dinastía flamenca, la de los Vargas: “mi madre (la bailaora Concha Vargas) me llevaba a todos lados. Recuerdo verla bailar y pensar “¿qué hace ahí que no está conmigo? En mi familia siempre había fiestas donde sonaba flamenco jondo». Como buen zíngaro, su corazón se divide, como su ciudad, Sevilla, entre dos mundos: vanguardia y tradición; capaz de guardar secretos milenarios, el fuego de los primeros pobladores, olor a incienso, pero también de convertirse en puerto receptor de aires, colores y sabores nuevos.
Quintín se emocionó antes con el quejío de una guitarra eléctrica que con el de la española: “no quería saber nada. Descubrir a Bon Jovi o Aerosmith, fue lo que me cambió la vida”, dice con firmeza. Al final de la veintena logró, “de manera muy jonda, por fandangos muy sentidos y seguiriyas de Manuel Agujetas”, reconectar con unas raíces que hoy son la esencia de su proyecto musical, Quentin Gas y Los Zíngaros, con el que a finales de 2024 publicaba El mundo se quema (Altafonte, 2024), tras seis años de silencio. Un disco donde flamenco, rock, rap y ritmos urbanos, soul o psicodelia crepitan para avivar la llama purificadora.
«Para mí es muy importante dejar un legado. Que, dentro de veinte años, alguien se enamore del flamenco por mi música o que le inspire para inventarse algo»
Un viaje a Japón con su familia en 2014 avivó le fuego jondo de sus entrañas: “mi madre pasaba temporadas actuando allí y tuvo la idea de llevar a toda la familia. Por aquel entonces, yo tenía un grupo de punk rock, Los News. Me dejaban en Sevilla porque no hacía flamenco”, recuerda con cierto coraje. Con el objetivo de vivir la aventura nipona, comenzó a mezclar rock y flamenco, algo que le llevó a tener un número propio que “fue un éxito. Al volver me puse a indagar en esa senda. La Leyenda del Espacio (Sony BMG, 2007) de Los Planetas, me marcó, porque Jota no canta flamenco; coge la melodía de un palo y la adapta al pop-noise. Ese disco me hizo encontrar mi camino”, señala. Así caló en su ADN musical esa mezcolanza tan propia de Andalucía: “al principio, escuchaba rock español y me daba coraje porque lo comparaba con todo lo anglosajón. Durante un tiempo metía a grupos como Triana en ese saco. Después, vas creciendo y te das cuentas que tienes que abrir la mente y ahí es cuando decido empezar con la fusión”, reconoce.
Tras publicar Big Sur (Fun Club Records, 2016), Caravana (Fun Club Records, 2017) les señaló como uno de los conjuntos más destacados de la psicodélica escena sevillana junto a Pony Bravo (“otra de mis grandes influencias, me hicieron meter la psicodelia”), Riverboy, Derby Motoreta’s Burrito Kachimba o Vera Fauna: “al principio quería ser como los White Stripes pero aflamencado: un batería y yo. Pero me di cuenta de que quería formar una banda. Ahí hablé con Scott (DMBK), que curiosamente, siendo guitarrista, tocó el bajo, y José Vaquerizo a las teclas”. La publicación de Sinfonía Universal Cap.02 (Everlasting Records, 2018) supuso el final de una primera etapa del proyecto: “pasaron ciertas cosas, renegué un poco del rock, me compré un sinte y saqué un disco yo solo experimentando con la electrónica, que me gusta muchísimo”. Un parón necesario que le valió para comenzar a componer al piano —“no lo tocaba hasta ese momento”— bajo la influencia de marchas de Semana Santa, como es el caso de ‘A esta es’, marcha del Cristo de las Tres Caídas de Triana que se encuentra en el origen de ‘Amén’: “hice una maqueta muy primitiva mezclando esa marcha con la batería de ‘We Will Rock You’ de Queen. Los “amén” de los coros son muy soul, que es uno de los géneros que más me gustan”, apunta.
Como en su propia tierra, la frontera entre lo popular, lo místico y lo religioso se desdibuja en cada una de las dieciséis canciones. El elepé se transforma en un purgatorio sonoro donde amor, traición, desengaño, pasión o rencor se exponen como argumentos en el momento del juicio final. Un hilo conductor presente desde la intro, ‘El sermón de la montaña’, que cuenta con la voz de otro de sus grandes referente, Juan Peña, El Lebrijano: “ya había decidido que el disco se iba a llamar El mundo se quema cuando, de repente, di con un disco maravilloso suyo, La Palabra de Dios a un gitano. Al ponerlo, escuché “el mundo se quema”. Hablé con su hijo y me dio permiso para meter su voz, porque fue una casualidad que no podía dejar pasar”, narra aún emocionado. No sería la única casualidad; Vargas se lleva al terreno de una rave electrónica el poema de García Lorca, ‘El Camborio’, recitado por su tío Rafael Vargas, fallecido hace dos décadas: “la idea era que recitara mi madre, pero hablando con ella, me dijo que mi tío tenía grabado un disco con poemas de Lorca. A través de un programa de IA, separé la voz (estaba grabado con guitarra flamenca) y compuse la parte de sintes que hay alrededor ”, explica.
La voluntad por ser lo más local posible, “sólo así consigues ser universal”, atraviesa una lírica donde la jerga sevillana está más presente que nunca”. Expresiones como “tú no me echas cuenta” en ‘Hechuras’, “tienes que pasar fatigas por todo lo que tú a mí me has hecho” de ‘Fatigas’ o ‘La trenza de tu pelo’, donde transforma “una bulería tradicional” en un viaje por la electrónica, rock o flamenco. También recupera el caló en ‘Sakäis’, “una invención, esa palabra realmente no existe. En caló, acais son “ojos”, pero en Sevilla, la “s” está siempre presente. Los gitanos sevillanos decimos “tusacais”, con la “s” presente”. Uno de los cortes más rockeros del disco que interpreta junto a Miguelito García (Dandy Piranha de DMBK): “para mí, esta vuelta era muy especial, y quería que Miguel estuviera porque los Derby y yo estamos hermanados. Scott y Vaquerizo fueron Zíngaros, el primer concierto de su historia fue teloneándome en el Fun Club de Sevilla, éramos vecinos de local en el polígono San Pablo…”, rememora.
Las colaboraciones son otro de los platos fuertes del disco. Anni B Sweet presta su voz en ‘El Volcán’, un dueto a lo Pimpinela que es el tema “más psicodélico, incluso barroco con el organillo”, mientras que Noni (Lori Meyers) sorprende en ‘El Calvario’, de producción moderna donde se repite la misma rueda de acordes para ahondar en la toxicidad de una relación: “necesitaba que estuviera él para que la gente viera que yo puedo contar con gente que, como Noni, viene del indie y lo guay que es contar con él en un tema poco mainstream”.
Como refleja ‘Zíngaro Errante’ –“es un tema que me gusta mucho porque la letra me representa a mí. Está entre los riffs stoner y los coros de mi hermana Carmen Vargas, que son pura fiesta gitana”– Quintín se mueve entre dos mundos. Gitano en constante contacto con payos, es capaz de montar una “pelea de gallos” entre ambos en un rap electrónico, ‘El mundo se quema’, donde “doy palos a todo el mundo, porque estar en medio me lo permite”, dice entre risas.
Dentro de ese cuestionamiento constante, la revisión de palos flamencos es uno de los aspectos más sugerentes del álbum. Ocurre en ‘El Penal’ que cuenta con la colaboración del cantaor Tomás de Perrate: “es una seguiriya en ritmo cuatro por cuatro, algo muy difícil. Tenía que meter la métrica de la melodía de voz de la seguiriya en otro ritmo. Sabía que el único que me lo podía hacer era él, y, aún así, al principio le costó entenderlo”, confiesa. Experimentos o “locuras” que alcanzan su punto álgido en ‘La Virgen de los Dolores’, su ‘Seven Nation Army’ particular, ‘Sentencia’, una “bulería pura y dura (guitarra y palmas), cantada en inglés que, igual ahora no dice nada, pero en treinta años…” o ‘El Paripé’, versión de una ‘Las correderas de Lebrija’, una “sevillana punki. Es más percutiva que melódica, porque la campana tiene el protagonismo”. Lo que ha aprendido, destaca, es “que lo más interesantes es mezclar esa parte rock con quién tú eres. Yo soy White Stripes, pero también flamenco jondo. Si me limitara a hacer blues rock en inglés, sería uno más”.
La coda final, ‘Cuando tú te mueras todo va a seguir igual’, con poso cinematográfico – “necesitaba un final Lawrence de Arabia”– incide sobre la insignificancia de la vida humana. Una idea contra la que el propio Quintín lucha a través de su música: “para mí es muy importante dejar un legado. Sería un éxito que, dentro de veinte años, alguien me dijera, “me enamoré del flamenco por tu música«, o que la escuche y le inspire para inventarse algo. No voy a lo comercial, sino a que el disco tenga un sentido”, sentencia. Acompañado por nuevos zíngaros –Pablo Donoso (guitarra), Bego Salazar (voz y coros), Julia Dueñas (teclados), Mario Mugre (bajo) e Ismael Prieto (batería)– la chispa de la fusión prenderá ahora en los directos. Quentin Gas y Los Zíngaros no busca un sitio fijo. En cada universo que visita prende una hoguera donde arden tradición, vanguardia, flamenco, rock, rap, electrónica, poemas de Lorca o stories de Instagram. Sobre sus cenizas arderá la eternidad.
ENTRADAS CONCIERTO INVERFEST (EL SOL)