Javi Tejero: destellos folk contra aquellos que quieren apagar las luces
El compositor granadino editaba hace unos meses su cuarto larga duración, que cuenta con colaboraciones como la de José Ignacio Lapido
PABLO CALVACHE
Javier, “Javi”, Tejero (Granada, 1986) ha pisado Minnesota sin ni siquiera haber atravesado en el viaje el pantano de Cubillas. Así titula su último largo (Music Hunters Records, 2023), cuarto de su cuenta personal y título que enraíza en una vieja anécdota familiar. Un elemento, la intimidad, con que levanta sus muros de guitarras eléctricas unas veces, con que cava los surcos de sus acústicas otras. En ese territorio parecido al engaño infantil con que suponemos ciudades levantadas sobre las nubes sólidas mezcla español e inglés para recuperar algunos descartes de su anterior trabajo Pontiac-Springfield (2020, JT Producciones) (los dos primeros cortes) y dar forma a algunos temas surgidos durante la pandemia y el encerramiento (‘Los Prados Fríos’ da buena cuenta de ello). Un trabajo pensado en un principio como una amalgama de sonidos folk entre los que fueron haciéndose hueco esencias rock hasta darle la forma final (basta escuchar ‘Vampiros’ e imaginársela, si podemos, desnuda).
El granaíno ha recorrido un camino orgánico en lo musical. Derivado por un lado del entorno familiar, esos hermanos mayores que nos entregan sin pretenderlo un santoral de músicos y discos. La primera y marcada influencia de unos 091, el crucial tropiezo con el programa Toma Uno de Manolo Fernández y la consagración del imaginario americano en ese viaje con aterrizaje en Chicago incluido y disparos cerebrales como un “There’s a crime in every alley” con que, tiempo después, acabará arrancando ‘Music for a Saturday Night’. Camino musical cimentado por otro lado por una formación académica que acabó abriendo su sustento profesional como educador. Conocimientos de armonía que destilan en sus arreglos un jugo de trabajo bien acabado, en las partituras físicas para Cosmotrío ( el combo de violín, viola y violonchelo que conforman Marta Iglesias, Lorena García y Clara Molina), en las mentales para la batería de Luís Miguel Jiménez o para su propia trompeta. Una aportación instrumental que cuenta con Alfonso Alcalá al bajo y Pablo M. Bachs al órgano y piano, y que se complementa con los coros de Mar Blasco en ‘The North Star’.
A Javi le suelen acudir antes las ideas literarias que las musicales. Que pueden ser una frase, una raquítica estrofa, el sistema nervioso de un concepto. Una semilla que le lleva a pensar en qué música le pegaría. En ocasiones en castellano, en inglés en otras. Con momentos brillantes en el primer caso (“no temeré a las fieras, no temeré a los hombres que quieren apagar las luces”) , amenazados en ocasiones por pequeños descuadres silábicos más allá del contrapunto, como si al poner de pie el folio alguna palabra se hubiese precipitado sobre la tarima del dormitorio. Algo que no ocurre en los temas escritos en inglés, donde la mayor simplicidad de las figuras las hace encajar de una forma asombrosa en unos acordes que fluyen entre ellas sin obstáculo, desarrollando conjuntos accesibles y aprehensibles que se deslizan sin arañar en el oído.
El arte con que Olalla Ruíz envuelve el formato físico de este trabajo anuncia perfectamente su contenido. Preciosista e interior. De trazos finos y diferenciados. Con espacio para guitarras sin fetichismos materiales (con la participación de la solista de Jero Marín en ‘Las Lunas de Urano’ y ‘Music for a Saturday Night’), cuerdas dosificadas y trompetas contenidas antes de hacer encabritar la aguja de la mesa. Con incursiones preciosistas, como la que desarrolla en afinación abierta en la instrumental ‘Equinoccio’, con que cierra el rosco. Porque, como esos animales de Olalla que contemplan el río fluir (como en aquel arranque que Dylan regaló a los Byrds), estamos ante un trabajo que contemplar sin distracciones. Con espacio para una segunda escucha donde entender algunos nudos que quedaron escondidos en la primera.
Todo grabado a salto de mata en los estudios que Carlos Díaz tiene en Santa María de la Vega (Granada). En espacios de tiempo encontrados a bote pronto. Compaginando agendas profesionales y personales. Buscando el encaje más allá de lo que el sentido común del cansancio físico marca. Con aquel avance de ‘Cabaña en el bosque’ (y la grabación de ‘Los Prados Fríos’) un año antes de editar el trabajo completo. Con la colaboración vocal de Jose Ignacio Lapido en ‘La Partida’. Un Lapido que tuvo que ahogar su sugerencia de modificar puntualmente la letra del tema. El alumno haciendo caso omiso al maestro. Hay un artista aquí.
Once cortes que escuchar en bucle una semana y esconder acto seguido en un cajón. Dejando que fermenten en el subconsciente. Duermen. Y volverán. Encierran el relámpago, el gesto reflejo, el fósforo que arde.