Riverboy, en el Olimpo de la psicodelia
El músico sevillano ahonda en la psicodelia con su segundo trabajo, primero en castellano
MARÍA F. CANET
Al Olimpo sólo acceden unos pocos. Aquellos cuyos logros destacan por encima del resto. Aquellos que consiguen marcar la diferencia. Distinguirse, algo complicado en tiempos de inmediatez y de falta de riesgo en los que todo parece ofrecerse ya masticado. Dedicar tiempo y esfuerzo a las cosas no está a la orden del día. Tampoco en la música, donde últimamente abundan las rimas de parvulario, los estribillos coreables y melodías que aseguren encabezar carteles de festivales el próximo verano. Una corriente que no ha arrastrado a Riverboy.
El que fuera líder de The Milkyway Express (actualmente en barbecho), despegó con un sonido crudo y fronterizo, próximo al blues y a los pantanos del rock norteamericano, para posteriormente fijar la mirada en la California folk y lisérgica del Paisley Underground con su debut homónimo como Riverboy (Happy Place Records, 2019). En su nuevo trabajo, El Olimpo (Happy Place Records, 2021), grabado en los Happy Place Estudios de Sevilla bajo la producción de Paco Lamato y Sleepy James, y la masterización de Jordi Gil, el músico sevillano se sumerge en la psicodelia experimental con gran calado de los sesenta pero sin perder el poso de modernidad perpetrado por artistas como Drugdealer, Jacco Gardner o Weyes Blood. Algo que desarrolla por primera vez en castellano, ejercicio cada vez más habitual en la escena psicodélica nacional en sus diferentes vertientes (Rufus T. Firefly, Los Estanques, Derby Motoreta’s Burrito Kachimba). Una escena que cada vez es más prolífera especialmente en Andalucía, cuna de artistas como Anni B. Sweet, Pony Bravo, Sarria, Unidad y Armonía o Elemento Deserto, pionera en la fusión y el mestizaje como sucediera en los tempranos 70’s con Smash o Triana.
Con composiciones que superan los 3 minutos y melodías en permanente movimiento, El Olimpo no es un disco fácil de asimilar. Los 8 cortes que lo conforman son caleidoscópicos: a cada escucha se descubre un nuevo prisma, un color diferente, un movimiento que antes no se había percibido. Ahí reside su magia. Hay que detenerse y dejarse sorprender. El álbum arranca con ‘La Fuente’ entre teclados y sintetizadores que emergen tímidos, como el sol al amanecer. La voz pantanosa del sevillano parece despertar de un largo letargo para sumergir al oyente en un universo lacustre en el que las acústicas mecen y los coros embaucan como cantos de sirena. La letra, a modo de cadáver exquisito, redondea esa atmósfera psicodélica. ‘Delirio’ aborda la ansiedad que provoca la hoja en blanco: la batería late como ese corazón que se sale por la boca en una carrera persecutoria por atrapar esa escurridiza inspiración; el solo de eléctrica suena como una mente incapaz de pensar con claridad, mientras los coros simulan esos demonios internos que propician la autoflagelación. Finalmente, un susurro indica el camino, como un secreto, con un “shh, por aquí”.
La sugerente ‘Por el Cañaveral’ posee la mística de los Doors y la bravura de Los Brincos, una composición terrenal que contrasta con lo celestial de ‘Venus’, una ensoñación pop de melodía etérea rota por la presencia de contundentes guitarras que, junto a las armonías vocales, crean una atmósfera puramente beatle. Riverboy rebaja la densidad con el ritmo acelerado de ‘En la Yerba’, impulsado por guitarras y sintetizadores futuristas o ‘Fénix’, más próxima al rock progresivo. Una isla paradisiaca sirve como metáfora de los deseos en ‘La Juventud’, luminosa pieza de folk lisérgico con dejes de Love o los Byrds. ‘Nunca Fuiste’, de aura circense mediante el protagonismo de teclados y vientos que recuerdan a ‘Penny Lane’, es una alegre despedida que sirve para que el músico deje un último mensaje: “no debes de olvidar que hay luces al final/eres fruto del destello de una aurora boreal/ enseña al mundo lo que eres/ tú nunca fuiste como los demás”.
Arropado por Paco Prieto (guitarras), Ricky Candela (bajo), José Vaquerizo (teclados y coros) y Sleppy James (batería), Charly Riverboy navega a su manera por los mares de la psicodelia. Unas aguas impredecibles y difíciles de dominar, que se alejan de lo estipulado por la industria. El camino al Olimpo no es fácil, pero desde allí las vistas son más que satisfactorias.