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The Casanovas: El rock y la brocha de los pelos suaves

El combo australiano suelta la tercera carga de su segunda etapa, ‘Backseat Rhythms’. Un rock domado por momentos a la espera de ser desatado en directo

 

PABLO CALVACHE | @elhijodelcamina

El pasado 10 de Septiembre Ted Gioia publicaba un artículo en The Honest Broker donde se preguntaba por qué la música era cada vez más triste. Y recurría a los datos de Chris Dalla Riva para mostrar el incremento del porcentaje del uso de acordes menores en los temas del Billboard Hot 100 del 10% a principios de los 60s al 50% en la actualidad. Elucubrando sobre el particular se valoraba el peso del uso de la música en nuestros tiempos vía auriculares. Más privado e intimista. Más cercano al área donde nos miramos sin ambages. Precisamente por ello, un lugar perfecto donde abrir las esencias de Backseat Rhythms (TV Eye Music, 2023), el último álbum de los australianos The Casanovas. Diez temas de rock de raíces clásicas setenteras y ochenteras llevado por la batuta del curtido Ron Nevison (Led Zeppelin, Thin Lizzy, Kiss (ese estribillo en ‘When you want something from me’,…)) a la producción. Un trabajo cargado de buenas voluntades que se escora, sin embargo, intentando escapar sin conseguirlo del todo de un sonido en ocasiones limpio de más, domado por momentos.

La formación actual de los australianos (Tommy Boyce, guitarra y voces, Damo Campbell, bajo y voces, Brett Wolfenden, batería, nuevo en estudio con el combo aunque ya se les uniera en las actuaciones abordando el trabajo anterior y al que ya pudimos ver por estas tierras en el otoño pasado) resuelve con solvencia, instituidos en su país natal como están tras mucha carretera al lado de los más grandes (de The Black Crowes a Redd Kross). Es el quinto trabajo de los de Melbourne. Un álbum que consolida el cambio que dieron tras el parón de 9 años que cupo entre ‘All Night Long’, su trabajo de 2006, y ‘Terra Casanova’ el aclamado trabajo que editaron de la mano de Jimmy Maroudas en la producción. Una etapa, la actual, con producciones más marcadas, sonidos más redondos, con acabados pulidos con la brocha de los pelos suaves. Esa que necesita muchas pasadas para dejar latente su efecto. Tres álbumes en ocho años dan buena fe del trabajo de artesano que acuñan. Un camino que puede desalentar al más high energy a acercarse con decisión y convencimiento, escamado por las naturalezas más comerciales de la propuesta.

Tommy sigue cantando como los ángeles; cuando así lo quiere demuestra conservar lija en ese cartón verde caqui que te pasa por el tímpano cuando alarga el estribillo, ya desde el tema de arranque del rosco. Un capítulo, el vocal, mimado. Las armonías y los coros encajan y se sostienen sin pegamentos adicionales, muchas ganas de verlos en directo manteniendo esa conjugación, conllevará un trabajo de mesa exquisito para que les salga bien.

‘Backseat Rhythms’ nos habla, por encima de todo, de chicas, de chicas y de más chicas. De esas chicas complicadas en ‘Bad Girl’ (“no es la chica que le presentarías a tu madre”) o ‘Burning Up The Night’ (“tiene la cara de un ángel con el corazón de un demonio”), irresistibles en ‘Her Kiss’ (“Hará lo que te gusta, te hará temblar las rodillas, te guiará a la salvación”). De cómo enamorarlas en ‘The Lover’ y de cómo no poder olvidarlas en ‘The Last Time Was Good’. Con una pequeña cabida a las calles, siempre las calles, el mapa de la patria emocional, las peligrosas venas que aparecen en ‘City Streets’ (cuantas veces oiremos ese “puedes correr pero no te puedes esconder”) y un brindis al sol más tántrico en ‘Kundalini Rising’. De acuerdo, no están revolucionando el rock. Están sosteniendo su estructura, alimentando la bestia que vive respirando el aire templado y perezoso de los bares.

Todo metido en una carpeta en blanco y negro y rotulación cereza (consolidando la tipografía que vino en ‘All Night Long’ y el color del pasado ‘Reptilian Overlord’) donde un guitarrista con una SG en ristre se enfrenta a un tsunami. Pocas portadas pueden transmitir más rock australiano por centímetro cuadrado. Dan lo que anuncian. Sí, de acuerdo, con una capa de barniz de más que podrían haberse ahorrado, pero con un motor auténtico que les da potencia para despegar del escenario a la platea, ese espacio de comunión donde la música no entra vía auriculares, donde el porcentaje de acordes menores se desploma y la música puede ser cada vez más alegre.