Whiskey In The Jar
Banda sonora para el día de San Patricio
ÁLVARO GONZÁLEZ
Cuenta una famosa leyenda irlandesa que si una persona logra alcanzar aquel punto donde se posa el arco iris, encontrará una olla repleta de oro. Yo, que soy más humilde, me conformaría con topar con una banda de celtic punk en una taberna brindando con decenas de pintas.
Dicen los que saben de ropa que las modas siempre vuelven. Desconozco si dentro de unos años volverán a llevarse aquellas pintas de principios de los 2000, pero lo que sí sé es que desde luego que la música mira atrás en el tiempo para inspirarse o reinventarse. Y una prueba más que evidente es el celtic punk. Si pasamos por alto la absurda práctica de etiquetar absolutamente todo con un nombre en concreto, la realidad es que la valía de este género reside en su simplicidad. Nada de complicadas escalas, recursos técnicos o capacidades vocales sobresalientes; una canción tradicional irlandesa a mayor revolución, con un par de guitarras distorsionadas acompañadas de una voz áspera son suficientes para animar a una sala repleta de hooligans.
A fin de cuentas, la música es un elemento escénico; determinados sonidos son capaces de evocar sensaciones, recuerdos o emociones. Del mismo modo que el rock americano nos transporta a alguno de los miles de kilómetros que recorren la ruta 66 o el grunge es capaz de situarnos en medio de una multitud adolescente que acude a algún concierto en los 90 en Seattle, escuchar una gaita o una mandolina anima a coger el primer vuelo a Dublín o Glasgow y hacerse con una bebida fermentada en el primer pub a la vista. Pocos estilos musicales se encuentran tan ligados a la cultura del bar.
Paradójicamente, los principales representantes del celtic punk no son originarios de las islas británicas. Quizás el grupo más famoso dentro del género, Dropkick Murphys, quienes publicaban su último disco a principios del año pasado, son originarios de Boston (aunque si existe una ciudad estadounidense ligada con Irlanda sin duda esa es la capital de Massachussets). Por su parte, Flogging Molly nació en Los Ángeles, y tanto The Real Mckanzies como The Dreadgnoughts, estos últimos con su último trabajo, Foreign Skies, lanzado apenas hace dos meses, son originarios de Vancouver, Canadá.
En el panorama nacional, afortunadamente contamos con más bandas que la que a muchos se les vendrá a la mente de primeras: Celtas Cortos. Sin despreciar a los vallisoletanos pero entendiendo el celtic punk como un concepto más concreto, aunque eclipsadas por otros grupos y corrientes mayoritarias, encontramos reductos donde no se bebe más que whiskey irlandés. Con letras en castellano, Skontra es de las bandas más conocidas, mientras que componiendo en inglés, Drink Hunters se llevan la palma. Por último, y con cierto toque romántico que casa increíblemente bien con esos aires de orgullo que demuestran los irlandeses por su nacionalidad, Sigelpa y Bastards On Parade interpretan sus temas en catalán y gallego respectivamente. Como consumidores musicales, es nuestro deber no cerrarnos puertas a determinados estilos o sencillamente infravalorarlos. Más aún con sonidos que insuflan camaradería, fiesta y celebración.